DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Vignone
Como siempre, la realidad demuele cualquier especulación ficcionaria. Cual más, cual menos, todos los ensayos de sorteos quedaron ridiculizados frente al auténtico, que le concedió a la Selección Argentina no sólo una de las zonas más accesibles del Mundial sino también un programa eventual de partidos y desplazamientos muy favorable.
Con Bosnia (21 del ranking FIFA), Irán (45) y Nigeria (36), todos sorteados dentro del Grupo F, es innegable que la Argentina toma parte de una de las tres zonas menos desafiantes de la fase inicial, junto al Grupo C (el de Colombia) y al Grupo H (el de Bélgica). Nadie en su sano juicio podría aseverar que Brasil, el anfitrión, el organizador, el que dejó desangrar su billetera en cientos de millones de dólares, cayó dentro de una zona igualmente auspiciosa. Con rivales como Croacia, México y Camerún, aun sin integrar el Grupo de la Muerte, tiene en promedio desafíos más comprometidos que los que afronta la Argentina.
El programa indica debut en el Mundial contra la única selección que nunca jugó una fase final (y a la que el mes pasado derrotó 2-0); luego el desafío contra un equipo asiático que nunca pasó de la primera ronda en los tres Mundiales que disputó; y para el cierre el rival aparentemente más complicado del grupo (porque es africano, aunque en el ranking FIFA está un escalón por debajo de... ¡Venezuela!), al que siempre derrotó cuando le tocó enfrentarlo en la Copa del Mundo (en 1994, en 2002 y en 2010); no es exagerado afirmar entonces que, en oposición a tantas pavadas que se han dicho y escrito por ahí en los días precedentes, la Argentina cayó en el Grupo de la Vida. Ya habíamos señalado, en una nota publicada la semana anterior, que había más posibilidades de que tocara lo que tocó, que de una pesadilla.
No sólo la calidad de los rivales formaliza el augurio: también las posibles rutas a la final son benévolas. Brasil es el subcontinente de Sudamérica, pero las distancias que eventualmente afrontará la Argentina no son nada formidables. De Belo Horizonte, donde instalará su campamento base, a Río de Janeiro, sede del primer partido, hay 438 km (como de Buenos Aires a Mar del Plata); a Porto Alegre, para el partido con Nigeria, unos 1350 km (como a Jujuy); si gana su grupo, la Argentina jugará, eventualmente, en San Pablo (a 580 km de la base), en Brasilia (a 720 km) y en San Pablo, si llega a la semifinal; si resulta segundo en el Grupo F (y se duda de tal cosa...), irá sucesivamente a Brasilia, Río y otra vez en Belo Horizonte. La final se disputará en Río de Janeiro. En un país en el que la distancia entre sedes promedia los 1000 kilómetros, la bendición es evidente. Después, si jugamos con cinco defensores porque en Brasil somos visitantes, ya es una cuestión aparte.
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