DEPORTES › POSTALES MUNDIALISTAS
› Por Juan José Panno
El 4 de mayo de 1949, el avión Fiat G.212 CP de la Avio Linea Italiane, volando en medio de la niebla, se estrelló contra un murallón externo de la Basílica de Superga, en las afueras de Turín, con un trágico saldo de 31 muertos, incluyendo 18 futbolistas del Torino, que era, por entonces, la base de la selección italiana.
El impacto anímico duró tanto que los dirigentes decidieron que el viaje hacia Brasil, para disputar el Mundial de 1950, al año siguiente, se efectuara en un barco a vapor. Durante la larga travesía en el buque Sises, que cubría regularmente la línea Nápoles-Santos, hicieron una escala en Canarias donde jugaron un partido de preparación entre ellos, en tierra firme, congregando a una multitud.
El resto de los entrenamientos los debieron realizar sobre la cubierta, por lo que, como es fácil imaginarlo, todas las pelotas que llevaban terminaron en el mar.
Los italianos llegaban como campeones de los mundiales de 1934 y 1938, pero poco pudieron hacer. Debutaron contra Suecia, perdieron 3-2 y, aunque en su segunda presentación superaron 2-0 a Paraguay, tuvieron que pegar la vuelta rápidamente. En el triste viaje de regreso no hubo pelotas al mar ni entrenamiento: nada más que frustración.
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