Dom 19.01.2014

DEPORTES  › EL RECUERDO DE JUAN GELMAN A TRAVES DE SU PASION POR EL FUTBOL

El emperrado corazón bohemio del poeta

Era hincha de Atlanta. Seguía al club de Villa Crespo desde su niñez. En 2006 fue declarado Socio Honorario y a México se llevó un pedazo de tablón de la vieja cancha, que le regalaron. Su amor inquebrantable por los colores del equipo del barrio.

› Por Gustavo Veiga

Juan Gelman conservaba con cariño un pedazo de tablón de la vieja cancha de Atlanta. El 15 de marzo de 2006 se lo habían entregado en un emotivo acto los dirigentes del club. “Ese recuerdo lo llevó a México y lo quería mucho”, dijo su editor Alberto Díaz esta semana. La anécdota es una entre decenas que marcan la relación afectuosa entre el poeta y su equipo de fútbol. Una relación muy pretérita, nacida y desarrollada entre su infancia y adolescencia que cruzaron dos décadas: las del ’30 y ’40. Si se analiza ese amor futbolero en perspectiva, si se intenta una caprichosa explicación filológica, el autor de Gotán y Cólera Buey no podía haber sido hincha de otro cuadro. Bohemio, pero también militante comprometido. Sentimental por los colores, pero de paladar negro. No se identificaba con un juego mecanizado como el de ahora, del que apenas rescataba a Messi. “A Atlanta lo tengo en la cabeza y en el corazón, y los dos me lo conservan fresco”, contó una vez para definir esa pasión, que como buena pasión, suele ser inenarrable.

El tablón de regalo pertenecía a un estadio que hoy es de cemento. Gelman solía preguntar cómo iba todo por Villa Crespo, el barrio de su niñez, de su club, de recuerdos como el que volcó en un poema. El único de su obra en el que menciona a Atlanta: su título es “Se dice”. Lo explicó así en una de las tantas notas que le dedicó el sitio partidario Sentimiento Bohemio, el que más se ocupó de ese idilio, mantenido pese a la distancia y el exilio. El poeta dijo que lo escribió por “la milonga a la que yo iba con los muchachos. Todavía recuerdo a Pugliese tocando y la gente que no bailaba para escucharlo. Don Osvaldo era, él solo, un movimiento de masas”.

“Siempre me pareció que Dios bailaba el tango como los dioses/ en el club Atlanta de mi querida ciudad/ en el salón Argentina encantaba a las viejitas que iban allí las noches de semana” (Extraído del libro Interrupciones 2).

Edgardo Imas y Juan Ignacio Calcagno son hinchas de Atlanta y periodistas. Exploraron con Gelman ese sentimiento intransferible que es compartir el amor por una misma camiseta. Lo retrataron en Sentimiento Bohemio con detalles no demasiado difundidos.

“Ibamos a la cancha, volvíamos contentos o sufriendo y las discusiones y comentarios seguían en la esquina, más grandes ya en el café y no solamente los días de partido: si tal jugador estuvo bien o mal, a cuál pondrían de centrojás, algún golazo fabuloso como uno de Agnolín cuando le ganamos a Chacarita 7 a 2. Claro que recuerdo la fundación del estadio, ese año ganamos la Copa Suecia, y qué orgullo sentimos. Recuerdo jugadores: el gran Gatti, ese extraordinario goleador que fue Artime, Bellomo, Rocha, Bravo...”, cuentan que contó el poeta.

“Mi pasión por el fútbol nace en el barrio. A los padres, inmigrantes, no les interesaba. Bastante tenían con hacer esfuerzos para sobrevivir, mantener a la familia, lograr que los hijos estudiaran. Los hijos pudieron interesarse en el fútbol gracias a esos inmigrantes no interesados en el fútbol”, le confesó a Calcagno.

En su texto, Imas evoca un hecho del que se cumplirán diez años en octubre y que marca la identificación plena de Gelman con el club. Es un mensaje que el Premio Cervantes 2007 le dedicó por el centenario: “Envío un saludo muy cálido al equipo, a las autoridades y sobre todo a la hinchada del querido Atlanta. Han pasado varias décadas desde que me alegré con sus victorias y sufrí con sus derrotas, viviendo en Villa Crespo. Después el exilio me llevó a otras canchas, pero nunca olvidé ni olvido al club que marcó mi adolescencia. ¡Salud por los 100 años que pasaron y los 100 y otros cientos que vendrán! Los mortales nos vamos a tocar el violín en otro barrio. Atlanta nunca morirá. Juan Gelman”. Se escuchó por los altavoces del estadio León Kolbowski el 11 de octubre de 2004.

Aunque Villa Crespo había dejado de ser su lugar en el mundo –vivía desde hace 25 años en la colonia La Condesa del Distrito Federal mexicano– siempre tenía un recuerdo para el lugar que lo vio nacer el 3 de mayo de 1930, el mismo año del primer golpe de Estado en la Argentina, que reproduciría otros golpes, hasta el último, el más sangriento de todos, 46 años después. El que le arrebató a su hijo Marcelo, su nuera María Claudia y su nieta Macarena, a quien encontró por su tesón 24 años después.

“Mis recuerdos son muchos, empezando por la calle Vera. Allí jugábamos a la pelota, que muchas veces era de papel atado con soguitas; las de goma valían 20 centavos, un montón en ese entonces. Había desafíos con las barras de otras esquinas y, ahora que lo pienso, cuántos chicos pasábamos horas y horas en la calle. También había que gambetear al tranvía 7 que pasaba por Vera. Estaban la vieja de los higos, que le robábamos esquivando escobazos, el viejito de la relojería, al que siempre jorobábamos con bombitas de mal olor, los juegos de pobre, el rango y mida, cachurra monta la burra, una especie de golf con palo de escoba y piedras, las bolitas, las figuritas...” retrató el poeta su infancia para Sentimiento Bohemio en marzo de 2012.

“Canning (ahora Scalabrini Ortiz) era de barro y también hacía esquina con la entonces Triunvirato, hoy Corrientes. En esa esquina vi pasar el entierro de Gardel cuando tenía seis años. Impresionante, la carroza con el ataúd tirada por caballos, coches y coches con coronas, la gente del barrio agregaba las suyas, miles y miles de personas, inolvidable”, revivió Gelman la anécdota ante hinchas de Atlanta embelesados de tenerlo cerca, a mano, como un cómplice más del mismo sentimiento.

En el club lo declararon Socio Honorario, decidieron ponerle su nombre a una biblioteca, le dieron una camiseta, el documental Siglo Bohemio y el pedazo de tablón que se llevó a México. Recorrió la cancha de la calle Humboldt y hasta se permitió bromear con el Premio Nobel y su condición de hincha: “Yo soy de Atlanta, ¿cómo me lo van a dar?”.

Desde el DF seguía a distancia los ascensos y descensos de su equipo y reivindicaba el juego en estado puro de su etapa adolescente: “Claro que en el fútbol puede haber arte. Será que estoy viejo, pero me gustaba más el de antes, el de los goles de taquito, de chilena, los olímpicos desde el corner, se corría menos y se pensaba más. El arte era sobre todo el dribleo. Todo eso escasea ahora, claro que con excepciones como Messi”.

Gelman se negaba a aceptar que el fútbol no tuviera relación con la poesía. Decía: “Los prejuicios que tenían los intelectuales fueron perdiendo fuerza en los ’60, a fines de los ‘60, y muchos de ellos hoy se precian de ir a la cancha, ver partidos por la tele, hinchar por algún equipo”. Su equipo era Atlanta. Su poesía, un gol de rabona. Su compromiso de vida, la vida misma.

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