DEPORTES › UNA IMAGEN QUE SE REPITE A MENUDO
El producto futbolístico que ofrece la TV tiene cada vez menos decorado. A puertas cerradas o sin hinchas visitantes.
› Por Gustavo Veiga
Hasta que los derechos televisivos del fútbol cambiaron de manos, en agosto de 2009, se veía sólo al público en las transmisiones por cable. Se imponía a la fuerza “La radio que se ve”: podía ser un señor comiéndose un moco en pleno partido o una señora mandando mensajes de texto después de un gol. Ni un pase, ni una pared, y mucho menos un caño o una gambeta. Había que esperar hasta bien entrada la noche. Resulta que el juego se recuperó para todos, pero ahora las tribunas están casi siempre vacías. Un contrasentido. Se imponen sanciones en contra de los violentos, aunque la mayoría silenciosa, inerte, se queda afuera. Se sigue a los equipos a puertas cerradas por TV, con media cancha deshabitada y en la pantalla domina el gris del cemento. Boca cayó ante Belgrano sin hinchas, Vélez empató con Tigre en la primera fecha sin hinchas, Central le ganó de visitante a Quilmes sin hinchas; en la B Nacional Almirante Brown recibió a Villa San Carlos en Platense... sin hinchas y en Primera B Los Andes juega sin hinchas por la interna de la barra. Apenas unos botones de muestra de este fútbol al que podría llamarse “La gente que no se ve”.
Boca cumplió una fecha de castigo porque la barra arrojó bengalas en el último partido del torneo anterior, contra Gimnasia. Vélez ya purgó una por los incidentes causados cuando San Lorenzo salió campeón en su estadio, pero le quedan dos en que le moderaron la pena: de jugar a puertas cerradas con Tigre pasará a hacerlo contra All Boys y Boca con público en las plateas, pero no en las cabeceras (ver aparte). Al club de Floresta le clausuraron apenas una tribuna por el uso de bengalas en un partido del campeonato pasado con Newell’s. Pudo usar otra. Las canchas se cierran por parcelas, sin que quede claro cuál es el parámetro en cada sanción. Este es el fútbol baldío que vemos los fines de semana, el que se ve por televisión. Ya poco importa el decorado que lo hizo célebre en el mundo. Su folklore, aun cuando muchas veces es ganado por lo obsceno.
En la Capital Federal, el vacío parece más ostensible porque es donde está la mayoría de los estadios más grandes: River, Boca, Vélez, San Lorenzo y Huracán. Pero en la provincia de Buenos Aires ocurre algo parecido cuando les clausuran las moles de cemento a Racing o Independiente, casi siempre en nombre del combate contra nuestra inamovible violencia. Quilmes ya cumplió el castigo de un partido a puertas cerradas contra Central. Tres días después, en su misma cancha, Los Andes recibió a Defensores de Belgrano de la misma manera: sin público.
Como la mayoría de los clubes del Ascenso tienen sus estadios en el conurbano y la prohibición de concurrencia para hinchas visitantes viene desde más lejos (mediados del 2007, tras el asesinato del hincha de Tigre Marcelo Cejas), se naturalizó la política de canchas semivacías. Ya nadie habla de la discriminación que existía hasta el año pasado para la gente de Chacarita, Chicago, Almirante Brown –entre otros equipos con mucha convocatoria– y los demás simpatizantes de las cuatro categorías más chicas. Porque la medida se extendió al fútbol de Primera desde que en La Plata un efectivo de la Policía Bonaerense asesinó a un hincha de Lanús el 10 de junio de 2013. Por eso, ningún visitante puede ir a la cancha, desde la Primera al fútbol aficionado. En teoría.
Con el descenso de River a la B Nacional, en junio del 2011, la prohibición que regía desde 2007 se desnaturalizó. Privó el negocio y sus hinchas salieron a recorrer el interior en tour. Unos mil, pero de Independiente, lograron ingresar al estadio de Temperley para ver el partido contra Brown de Adrogué, burlando la todavía vigente medida contra los visitantes. No será la primera vez ni será la última. Es mucho más difícil que lo mismo pueda ser intentado por simpatizantes de Crucero del Norte o Villa San Carlos.
Un grupo de dirigentes, preocupados por las sanciones que vacían las canchas en la ciudad de Buenos Aires, se reunió en la AFA la semana pasada para intentar revertir esas medidas. “La intención es terminar con las sanciones que están recibiendo los clubes por temas de seguridad”, explicó Miguel Calello, el presidente de Vélez, quien participó del encuentro junto a Daniel Angelici, de Boca; Rodolfo D’Onofrio, de River, y Luis Segura, de Argentinos. Dijeron también que pedirían una reunión con el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, para tratar el tema de las clausuras.
En la provincia de Buenos Aires, la Secretaría de Deportes que conduce Alejandro Rodríguez tomó la iniciativa de impulsar dos proyectos de ley contra la violencia en el fútbol. Uno para tipificar en el Código Penal la figura del barrabrava y otro para juzgar la reventa de entradas, ya no como contravención y sí como delito. Oscar Boccalandro, titular de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide), destacó en diálogo telefónico con Página/12 que hoy “casi no hay ningún estadio en la provincia clausurado por hechos de violencia, aunque sí por actos administrativos”. Y citó como ejemplo el del club Berazategui, cerrado porque “una tubería de gas se instaló en los accesos del estadio”.
La batería de medidas que suponen nuevas leyes, clausuras, prohibiciones de concurrencia, y todas las que puedan inventarse de ahora en adelante, son apenas un paliativo para un problema estructural, de cultura futbolera arraigada por décadas, donde se confunde el folklore con el aguante, la trampa con la ventaja deportiva y ser un circunstancial hincha visitante con la más violenta de las barras.
Como fuere, hasta ahora nadie patentó la receta mágica para que el público pueda volver a las canchas de manera escalonada y ordenada. Se recuperó el fútbol por TV, pero no la posibilidad de regresar masivamente a verlo en sus escenarios naturales. En vivo y en directo, con las dos hinchadas presentes y los equipos rodeados de su círculo multitudinario, como se corresponde con la historia más rica. Esa que hoy parece, más que historia, la prehistoria de la pelota.
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