DEPORTES › CLAUDIO TAMBURRINI Y ANTONIO PIOVOSO, FUTBOLISTAS Y MILITANTES EN LOS ’70
Uno atajó en Almagro y el otro en Gimnasia, donde fue suplente de Gatti; fueron contemporáneos en el fútbol y la militancia. Estuvieron desaparecidos durante la dictadura. El que sobrevivió habla del que nunca volvió.
› Por Gustavo Veiga
Tuvieron un destino común como arqueros y desaparecidos. Antonio Piovoso jugó tres partidos en la Primera de Gimnasia y Esgrima La Plata en el torneo Metropolitano de 1973; Claudio Tamburrini debutó en Almagro el 19 de abril de 1975 por el campeonato de la B. El rastro del futbolista platense se perdió para siempre el 6 de diciembre de 1977 durante la última dictadura. Su colega logró escaparse de la Mansión Seré la madrugada del 24 de marzo del ‘78, donde la Aeronáutica lo mantenía en cautiverio. Piovoso Mengarelli figura en el Nunca Más con el segundo apellido de su madre. Porteño y vecino de Liniers, Tamburrini se exilió en Suecia, donde vive desde agosto de 1979.
Sus casos guardan esas coincidencias significativas y vieron la luz después de salir del túnel más oscuro de nuestra historia. Es cierto que no terminaron igual. Pero el sobreviviente, doctor en Filosofía por la Universidad de Estocolmo y docente del Departamento de Filosofía Práctica en la de Gotemburgo, recuerda al estudiante de arquitectura que no pudo culminar su carrera universitaria porque lo secuestró un grupo de tareas por su militancia, usar barba y pelo largo o estar en el lugar equivocado, a la hora equivocada.
Tamburrini se enteró de quién era Piovoso cuando viajó a Buenos Aires en diciembre de 2011. Las preguntas sobre cómo armonizaba su compromiso político y el fútbol para la miniserie de TV, Deporte, desaparecidos y dictadura lo acercaron a la historia del Tano. Y así coloca en contexto los hechos.
“En mi época, el deportista que hacía política la hacía desde un desdoblamiento casi esquizofrénico de su personalidad. Una parte de sí –por decirlo de algún modo– hacía deporte y la otra se dedicaba a la militancia política o social sin que en un lado se conocieran las actividades que esa persona realizaba en el otro”, cuenta el autor de Pase Libre, el libro en que se basó la película Crónica de una fuga, donde lo interpretó el actor Rodrigo de la Serna.
Hay testimonios que relativizan o no pueden confirmar la militancia de Piovoso. Humberto Bernardo Moirano, amigo y testigo de su secuestro en un estudio de la galería Williams de La Plata, declaró el 30 de octubre de 2002 en los Juicios por la Verdad: “Lo único que hicimos alguna vez fue volantear”. Liliana Gatti, su compañera de la Facultad de Arquitectura, dice en la miniserie que le dedica un capítulo al arquero: “Lo que puedo recordar es que, cuando él desaparece, hilé algunas cosas. Como, por ejemplo, que cuando llegaba con las cartas de mi familia, él trataba de no arrimarse a mí en la facultad; él trataba de darme el paquete e irse”. Deduce que lo hacía para protegerla: “Si él militaba no lo sé, pero quizá tenía amigos que militaran y me protegía a mí desde ese punto”.
Héctor Alfredo Piovoso, su hermano mayor, cuenta que “si él tenía alguna militancia, la tuvo muy en secreto”. Cree que hubiera sido imposible por todo lo que hacía Antonio: “Estudiaba, iba a la facultad todos los días, jugaba al fútbol, viajaba para jugar al fútbol, así que una persona no puede estar militando, sabiendo los momentos que se estaban viviendo, que en cualquier momento paraban al micro, paraban un auto, paraban lo que fuera y lo iban a encontrar. El nunca dejó de hacer su vida”.
Aun con las dudas que plantean estas declaraciones sobre la militancia del arquero, es el único futbolista profesional que jugó en Primera División y continúa de-saparecido. Su caso es la antípoda de Edgardo Andrada, quien atajó muchos años. Sumó 184 partidos, sólo en Rosario Central, el club que le dio la fama. Mientras tanto, revistaba como personal civil de Inteligencia del Ejército. Aparece en la lista que dio a conocer el gobierno nacional por decreto y que cubre el período 1976-1983.
Tamburrini trazó una comparación entre el desaparecido y el agente al servicio de la dictadura que se hacía llamar Antelo: “En su momento y sin duda, en términos de fuerza bruta, Piovoso era el más débil. Fue el secuestrado, el que torturaron y el que desapareció. Andrada tenía una posición de superioridad física concreta en ese momento. A largo plazo yo creo que los roles son inversos. El que hoy es más débil, el que hace gala de una ideología errónea y ha sido derrotado históricamente es Andrada. Y la figura de Antonio Piovoso resurge y crece con el paso del tiempo”.
El filósofo que publica trabajos científicos y da clases en Suecia, medita su propia visión sobre el puesto que ocupó en el fútbol: “La figura del arquero es muy peculiar. Es el espectador, el que observa el juego. Han sido por lo general figuras controvertidas, personalidades complicadas o por lo menos destacadas, para expresarlo en términos neutros. Lo vemos con estos dos ejemplos de arqueros. Uno víctima de la represión del Estado y el otro colaborador de las fuerzas represoras. Si uno hace un repaso a las personalidades del fútbol argentino que se destacaron por sus opiniones controvertidas, por haber transformado la dinámica del puesto, es más fácil encontrar ese tipo de personajes entre los arqueros antes que en los jugadores de campo”. En efecto, Carrizo, Gatti y Chilavert, por citar tres casos.
El ex número uno de Gimnasia era asmático. Se crió en el barrio Gambier, en las afueras de La Plata, cuya estación de ferrocarril es un viejo recuerdo abandonado. Hizo las divisiones inferiores en Estudiantes hasta Tercera, pasó al clásico rival de la ciudad y siguió su carrera en equipos del interior bonaerense: Atlético Mones Cazón, Athletic de Azul y Nación de Mar del Plata, donde abandonó el fútbol en 1976.
Medía 1,77, una estatura baja para su puesto. Pero como dice Daniel Guruciaga, otro ex arquero del equipo platense –salió lesionado el día que lo reemplazó Piovoso en su debut contra Argentinos Juniors– “se las ingeniaba y quizá por su personalidad de ser un tipo muy alegre, muy superado, entonces suplía su falta de físico con astucia”.
A Tamburrini, militante de la Federación Juvenil Comunista, lo secuestraron el 23 de noviembre del ’77 cuando llegaba a su casa de Ciudadela después de un entrenamiento. Compartía el fútbol con sus estudios de Filosofía. A Piovoso se lo llevaron desde la galería Williams en el centro de La Plata, un par de semanas después. Había dejado de atajar un año antes y estaba volcado de lleno al estudio y a trabajar como dibujante en un estudio de arquitectura, la carrera que eligió.
El arquero de Almagro retomó el fútbol recién dos años más tarde. Fue en el por entonces rudimentario profesionalismo sueco. Duró poco. Desde entonces, contó decenas de veces la anécdota de la piña recurrente que le daban los represores en Mansión Seré: “Entraban y preguntaban: ‘¿Quién es el arquero de Almagro?’ ‘Yo, señor’, contestaba, y ya me iba poniendo en guardia, porque por lo general me pegaban muy fuerte en la boca del estómago mientras decían: ‘Atajate ésta’”. Su valioso testimonio en el Juicio a la Juntas de 1985 permitió condenar al brigadier Orlando Ramón Agosti. El arquero de Gimnasia que llegó a ser suplente de Hugo Gatti es hoy uno de los 135 desaparecidos cuyos casos se ventilan en el juicio del centro clandestino de detención La Cacha.
Tamburrini y Piovoso tienen dos historias parecidas con final distinto. Víctimas de la última dictadura y protagonistas del fútbol en los ‘70, no se conocieron, aunque eso es lo de menos. Para interpretar por qué pasó lo que pasó, uno necesita del otro para hacer memoria, para tomar su voz. Por los dos y por los treinta mil.
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