DEPORTES › MILES DE FANATICOS VIVIERON LA TRIPLE JORNADA EN COPACABANA
Lejos de los estadios, los hinchas encontraron en la Fan Fest la mejor manera de vivir los partidos. Disfraces, pelucas y, sobre todo, mucha cerveza sirvieron para amenizar la celebración.
› Por Facundo Martínez
Desde Río de Janeiro
El Mundial mostró ayer su rostro más humano en la Fan Fest de la playa de Copacabana, donde más de 10 mil fanáticos de todos los países acudieron para vivir una jornada de hermandad futbolera, donde la alegría desmedida, la comunicación exagerada, los gritos de aliento, las fotos con los hinchas de otras selecciones, las ahora famosas selfies, que se repetían aquí y allá, corrieron junto a los miles de litros de cerveza consumidos por los aficionados, quienes a medida que iban pasando las horas iban desmejorando sus presencias.
El resultado final no era más que una suerte de patriotismo ebrio y exaltado, en el que todo parecía estar permitido. No hacía falta nada más que estar ahí para ser feliz, en medio de esa marea humana que se abrazaba por el solo de hecho de compartir la experiencia de vivir el Mundial, no parecía hacer falta mucho más para alcanzar la felicidad que abrazar a algún extranjero, nombrarle algún jugador de su equipo y quizás alguna que otra palabra más.
Lo curioso de esa gran comunidad futbolera es su extraña composición. La mayoría pertenece a clases pudientes que afrontan gastos siderales para decir presente en la cita mundialista a la que, como sucede en la cancha, pueden acceder realizando grandísimos esfuerzos hinchas pertenecientes a las clases medias y bajas.
Disfraces, pelucas, muñecos, sombreros y bigotes mexicanos funcionaban como disparadores de júbilo y le daban color a la fiesta en la que las barreras sociales, culturales, raciales, políticas y etarias desaparecían completamente.
En el predio diseñado por la FIFA había de todo. Los auspiciantes estaban presentes con diferentes propuestas para los fanáticos, pero los puestos más visitados, con más movimiento, eran los de venta de cerveza y gaseosas y, por supuesto, los baños, donde los fanáticos debían hacer largas colas para alivianar sus vejigas.
Brasileños y argentinos eran mayoría en la fiesta, y los mexicanos no se quedaban atrás junto con los holandeses, algunos vestidos con sus trajes tradicionales; australianos, españoles, alemanes, colombianos y chilenos completaron el colorido de la jornada en la que la lengua universal fue simplemente el fútbol.
Si bien por momentos la comunicación se volvía primitiva, a nadie le importaba demasiado. La cerveza seguía corriendo y, ya borrachos, a muchos les alcanzaba con soltar algún grito de tanto en tanto, como para reafirmar la propia presencia, la alegría de un día pletórico de imágenes coloridas y bizarras.
El fútbol argentino estuvo presente en la fiesta: Boca, River, San Lorenzo, Independiente y Racing, las camisetas que más se repetían; también se vieron de Huracán y hasta un puñado de hinchas de Platense.
En una pantalla gigante montada sobre un escenario desde donde durante los intervalos tocaban bandas en vivo que invitaban a bailar a los fanáticos, se pudieron ver en vivo los tres partidos de la jornada de ayer. La victoria de México sobre Camerún, la goleada de Holanda frente a la campeona España y el triunfo de Chile ante Australia. La goleada de los holandeses fue de lo más festejado de la tarde-noche carioca, menos para los españoles, claro.
Entre todos los momentos de la tarde, hubo uno en el que todos los presentes hablaron la misma lengua. Fue tras el golazo de cabeza de Van Persie, cuando las miles de personas que pisaban las arenas blancas de Copacabana, junto al mar verdoso e imponente, aplaudieron esa belleza íntima que tiene el fútbol, y que por sus buenas razones sólo se deja ver en ráfagas.
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