DEPORTES › LA SELECCION POR PANTALLA GIGANTE EN RETIRO
“¡Siéntense!”, gritaron algunos de los que llenaron ayer la plaza San Martín y la convirtieron en una platea más del estadio Mineirao. A través de una pantalla gigante, una hinchada familiar observó el partido con Irán en el que descubrió nuevos ídolos en el equipo argentino, que parecían el último orejón del tarro y festejó la nueva joyita del capitán Lionel Messi, que con su gol salvó la tarde.
“A Irán le tenemos que hacer cuatro”, comentaban unos feligreses albicelestes que no podían esconder el anhelo de ver una goleada argentina con goles de cada uno de los “cuatro fantásticos”, compartido por la mayoría de los hinchas que, empapelados en cotillón celeste y blanco, descendieron de los trenes en la estación Retiro provenientes del conurbano bonaerense y encontraron su lugar en el pasto inclinado de la plaza porteña. “Cinco, cuatro, cuatro ¿no?”, pregunta un nene de siete años a su papá, mareado con los variados dibujos tácticos del entrenador argentino, cuando la pelota ya rueda y Argentina se instala en campo iraní. “Dale Zabaleta, bien, bien... ¡Uhhh!” Con el primer tiro al arco de Agüero, las manos de los hinchas suben a la cabeza y repiten el mismo gesto cuando la pantalla gigante muestra de nuevo la jugada. “Ya va a venir”, se dicen, pero el gol no viene y al final del primer tiempo no hay fiesta.
“¡Dale, Messi, dale!”, le pide al diez la multitud, que ahora elogia cada tapada de Romero y la proyección del lateral izquierdo Rojo, el más aplaudido. “Esto contra Alemania es 2-0. Estamos mal, tocamos para atrás”, se comienza a preocupar un padre que parece darse cuenta de lo que se pone en juego en el Mundial, mientras sus hijos ya se olvidaron del partido y se entretienen en el pasto con los autitos. Como el sol tapado por las nubes, el ataque argentino no puede quebrar la defensa iraní y el empate parece acercarse a cada minuto, pero el golazo de Messi desata el grito de desahogo y el sonido de las vuvuzelas. “¡Vamos Messi, carajo! Diez pesitos el afiche de Messi, diez pesitos nada más”, irrumpe un vendedor sobre el final. Con la victoria consumada, la multitud se disuelve rápido y sin canciones. Algunos vuelven a los trenes y otros, pocos, van a festejar al Cristo Redentor inflable que escolta al Obelisco.
Informe: Santiago Uberti.
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