DEPORTES › OPINIóN
› Por César R. Torres *
El fútbol es una práctica social con bienes internos y estándares de excelencia característicos. En Tras la virtud, un clásico de la filosofía moral, Alasdair MacIntyre argumenta que las virtudes, y entre ellas especialmente la justicia, constituyen predisposiciones necesarias para sustentar las prácticas sociales. Para MacIntyre, no es posible erigirse en un “buen” practicante solamente adquiriendo y exponiendo, por ejemplo, las habilidades técnicas propias del fútbol. Además, hay que encarnar las virtudes. Valga la pregunta entonces: ¿puede ser un “buen” futbolista quien anda a los mordiscones con los rivales? La postura de MacIntyre es especialmente instructiva en un mundo futbolístico donde parece imperar la razón instrumental, que justifica todo medio para lograr un objetivo, y un emotivismo que defiende una moral que no comprende más razones que las “pasiones” que nos incitan a impugnar unas acciones y aprobar otras. No faltará quienes defiendan el fútbol mordido en base a la supuesta competitividad de los jugadores o lo toleren en base al emotivismo que genera el ardor del partido. Por el contrario, como dice MacIntyre, “tenemos que aceptar como componentes necesarios de cualquier práctica que contenga bienes internos y modelos de excelencia, las virtudes de la justicia, el valor y la honestidad. Si no las aceptamos, estaremos haciendo trampa”. Tengamos presente al discutir el fútbol mordido que son las virtudes, junto con los bienes internos y estándares de excelencia característicos del fútbol, las que tenemos que tomar en cuenta cuando tipificamos qué significa ser un buen jugador y qué acciones deben ser toleradas, justificadas o aprobadas.
* Doctor en filosofía e historia del deporte.
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