DEPORTES › LA PATRIA TRANSPIRADA
(24 pulgadas, en reposo)
› Por Juan Sasturain
Soy, como muchos, de los que creen que la mejor Selección Argentina de las últimas dos décadas –después de la del Coco y la efedrina de Diego– fue la de Pekerman, el hacedor de pibes, el regador de cracks desde las Sub-20, en Alemania 2006. La del set 6-0 a Serbia-Montenegro con el gol multitoque del Cuchu. Llegamos invictos a cuartos y estuvimos a minutos de las semifinales, cuando le ganábamos a Alemania. Pero todo se derrumbó: acaso José se cagó (sic), dijimos entonces. El cambio de Román y la inclusión de Cruz dejando en el banco (¡!) al pendejísimo Messi y la salida por lesión de Pato (¡cómo nos hiciste eso!) llevaron primero al empate y después a los horribles penales que esquivó el pobre y congelado Leo Franco... Pero amamos cómo jugaba ese equipo y al que lo hacía jugar así. Ojalá hubiera seguido él eligiendo, entrenando y orientando tácticamente, hasta hoy. Firmo al pie (y siguen las firmas).
Pero ahora José está en esta linda Colombia, que tiene la envidiable calidad natural de sus buenos jugadores –laterales “brasileños”, centrales técnicos, volantes creativos con manejo, delanteros potentes y dotados con la pelota–, todos ellos acomodados, respaldados por su inteligencia táctica, su saludable fervor por el buen juego, leal y sin miserias. Y todo eso sin Falcao... Quiero decir: nos gustan los equipos de José. Invicto hasta ahora (penales aparte) en partidos de Copa del Mundo. Para los que les dan bola a las estadísticas, digo. Que siguen abiertas, por definición.
Esta reflexión –puesta así y tan larga, me doy cuenta– sólo para no explayarnos en todo lo que nos conmocionó pero no nos gustó el tenso, denso y heroico (una vez más) combate Uruguay-Italia. Un partido que, con muchos buenos jugadores en la cancha, fue innecesariamente opaco, casi feo; con una expulsión y desagradables deslealtades como la del reincidente Suárez, extraordinario delantero sin atenuantes. Un partido, al fin, jugado/forcejeado como un match de sumo, definido –con toda justicia– con un gol de omóplato del increíble Godín. Y Uruguay va, por/con sus virtudes de siempre, en busca de nuevos milagros... Haber pasado ya es una prueba de su carácter descomunal: no es joda lo que hizo. ¿Quién hace cosas así hoy? Pocos.
Así las cosas, el sábado se cruzarán cafeteros y celestes en el Maracaná. Para Colombia –que llega dulce e invicto “pero no le ganó a nadie”– será la prueba definitiva de para qué y para cuánto está este lindísimo, típico “equipo de José”. A los del maestro Tabárez, con ese pasto bajo los pies, no les faltará motivación (¿qué opinaría el Negro Obdulio Varela de ese concepto?) y, debajo del overol, siempre tienen puesta la pilcha de gala para celebrar al final. Por algo tienen casta de Celeste Imperio.
Qué suerte que lo vamos a ver. Todo (o mucho) lo que se juega en el fútbol estará ahí.
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