DEPORTES › LAS SORPRESAS QUE VA ENTREGANDO EL MUNDIAL
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Hasta ayer, si alguien hubiera dicho que el partido Alemania y Argelia sería un duelo de titanes lo más probable (a menos, claro, que se tratase de un argelino despistado) es que lo llevasen delicadamente al loquero más cercano. Y sin embargo, Argelia jugó de igual a igual con un equipo de mucha más experiencia y trayectoria. Perdió, es verdad. Pero salió de la cancha bañada en dignidad.
Alemania disparó unas treinta veces al arco argelino y su arquero no enfrentó más que diez tiros de gol. Pero no se trató meramente de una cuestión de suerte. Había, por delante, un adversario decidido a desafiar cualquier lógica. Alemania pasa a la próxima etapa, Argelia vuelve a casa, pero ha sido quizás el más electrizante juego de este Mundial.
Sí, se puede hablar de sorpresa. Pero a partir de lo que hizo México frente a Holanda y de lo que hicieron ayer los argelinos frente a los alemanes, quedó definitivamente más difícil hablar de favoritos. Son partidos inesperadamente equilibrados.
Antes, Nigeria aguantó bien la presión francesa. Hasta casi el final del partido, Francia no jugó bien. Despertó al minuto 34 del segundo tiempo, con un gol que se debió más a una falla del arquero Enyeama que al brillo de Pogba, que ya había perdido un gol. Luego, para peor de sus males, Nigeria anotó un autogol.
Si no dieron a los franceses el mismo combate que los argelinos dieron a alemanes, los nigerianos confirmaron lo que parece haberse transformado en rutina africana. Luego de la huelga de los jugadores de Ghana, que sólo entraron a la cancha para perder frente a Portugal a menos que les pagasen por anticipado y en efectivo el premio prometido, ayer ha sido la vez de Nigeria. Temprano, un alto funcionario llegó al hotel y entregó a cada jugador diez mil dólares en dinero sonante. Mucho menos que los tres millones de dólares distribuidos por Ghana a sus 22 jugadores, pero entre los brasileños esa rara costumbre despierta curiosidad y crítica. “Es de nuestra cultura”, aclara un integrante de la delegación de Nigeria.
Nigeria y Francia tienen, en sus equipos, jugadores de religión islámica. El sábado pasado empezó el Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes. Hasta el 27 de julio, ningún musulmán puede ingerir agua o comida mientras el sol esté en el cielo. Por lo que se vio en la cancha, o fueron dispensados de esa obligación por alguna autoridad religiosa o son milagros de la naturaleza: el partido fue duro y veloz.
Mientras tanto, la selección brasileña sigue cercada de misterios. Los errores cometidos frente a Chile han sido tan improbables que nadie logró explicarlos. Si alguien dijera que en realidad fueron errores cuidadosamente diseñados para despistar a los adversarios futuros, tampoco sería creíble: nadie sería capaz de planificar tan bien equivocaciones tan groseras y primarias.
Nervios a flor de piel en la hinchada, nervios en punta entre los jugadores. La misma comisión técnica admite estar preocupada con el estado anímico de una selección que parece al borde de un ataque de nervios. Cargar sobre los hombros la obsesión y el sueño de doscientos millones de brasileños seguramente no es nada fácil. Thiago Silva, el talentoso capitán del equipo, llegó a admitir que en el primer partido casi se desmayó en la cancha, por tanta presión. Y a la hora de los penales, en lugar de ejercer el liderazgo que se espera de un capitán, volvió la espalda a sus compañeros, se sentó sobre una pelota y se largó a llorar desconsoladamente. Luego, aclaró: en realidad, estaba rezando. Lo que uno se pregunta es si para rezar es necesario estar de espaldas al arco y no mirar ninguno de los tiros de sus compañeros ni las defensas de su arquero.
Neymar, a su vez, contó que a la hora de patear el penal frente a Chile sintió que el arco se alejaba. “Parecía una eternidad, sentí que caminé tres kilómetros hasta llegar a la pelota”, admitió luego del partido. Y el arquero Julio Cesar, que salió de la cancha consagrado luego de atajar dos tiros chilenos, lloró antes de que empezara la disputa por penales. Lo normal sería llorar después, de pura emoción, cosa que también hizo.
De aquí al viernes, día de enfrentar a los colombianos –que hasta ahora jugaron un fútbol más vistoso y eficaz que los brasileños–, serán jornadas de tensión.
Terminado el partido que clasificó a Brasil a los cuartos de final, todos los jugadores lloraron en la cancha. Algunos, descontroladamente.
A ver si a la hora de entrar a la cancha y tener a Colombia por delante los muchachos brasileños prefieren jugar todo lo que saben y llorar después. A menos que, a esta altura y conscientes del jueguito sin sal que presentaron en los partidos disputados, se hayan convencido de que lo único que queda por hacer es rezar.
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