Mar 01.07.2014

DEPORTES  › ARGENTINA SE MIDE ANTE SUIZA POR UN LUGAR EN LOS CUARTOS DE FINAL DEL MUNDIAL

A no distraerse con relojitos y chocolates

Sin equipo confirmado, con la presunción de que será Lavezzi y no Maxi Rodríguez el reemplazante de Agüero, Argentina busca derrotar a los suizos, que están lejos de ser un rival discreto.

Desde San Pablo

“El ser humano es un laberinto en el que han sucumbido todos los héroes.” La frase es de Nietzsche, pero bien podría haber sido dicha por Borges y por qué no aplicarse a la historia de los mundiales. Claro que no es lo que se desea para la Selección, que hoy en el estadio Arena de San Pablo, el mismo escenario del partido inaugural del Mundial entre Brasil y Croacia, afrontará su duelo por los cuartos de final frente a Suiza, un equipo del que se conoce poco, porque los suizos, por idiosincrasia, además de hospitalarios son gente muy discreta. Tan discreta que supieron enamorar con su reconocida mundialmente tolerancia al foráneo, al mismísimo escritor de Palermo y sus suburbios.

La historia cuenta que el amor de Borges a ese país de los relojitos y los chocolates, y que por supuesto es mucho más que eso, fue, por decir de alguna manera, fulminante. La familia Borges se instaló en Suiza cuando el escritor era un adolescente. Los años en el bachillerato y la solidaridad de sus compañeros frente a las exigencias de sus profesores calaron hondo en su alma. Allí aprendió la lengua de Nietzsche y Schopenhauer, a quienes leyó con fruición, y allí murió, a los 86, en la ciudad de Ginebra.

Suiza fue siempre un país hospitalario. Su papel durante la Segunda Guerra Mundial, recogiendo y abrazando refugiados de distintas naciones, le valió el reconocimiento como nación hospitalaria, lo que no significa en lo más mínimo que hoy les vaya a abrir las puertas a Lionel Messi, para que entre al área con la pelota domada.

Borges decía que de los suizos había aprendido la tolerancia, que Suiza era un ejemplo para el mundo, un país formado por la inteligencia y la razón, y les dedicó un libro, Los conjurados. Sabella bien puede tomar nota de estos conceptos, porque cuando hoy empiece a correr la pelota, la Selección necesitará utilizar ambas armas para no desesperarse frente a un planteo que se presume cerrado y para el que la Argentina deberá mostrar también su tolerancia, que no es lo mismo que la cautela, el miedo a equivocarse sino la herramienta para convivir en armonía con lo que el rival de turno le presente como oposición.

Suiza es un equipo modesto, como la costurerita que dio el mal paso, pero le sobra experiencia. Diez mundiales en su haber, los últimos tres en forma consecutiva, y hasta un Mundial organizado, el de 1954, del que la Argentina no participó por cuestiones políticas. Con eso, sumado a que el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, es suizo, los helvéticos figuran en el puesto 10 del ranking del órgano rector del fútbol.

Y no sólo Borges ha elegido Suiza como destino. Suiza es un país que suelen elegir los ricos del mundo para guardar sus fortunas. La lista de exiliados económicos es larga y contempla todo tipo de celebridades, como los actores Alain Delon y Gérard Depardieu, que ahora es también ruso, y deportistas del más alto nivel. Los tenistas franceses Jo-Wilfried Tsonga, Gilles Simon y Richard Gasquet residen en ese país; que también eligió otro francés, el piloto multicampeón de rally Sebastian Loeb, que es suizo desde 2003.

Está claro que en Suiza el fútbol es menos popular que los deportes como hockey sobre hielo o el esquí. Quizás por eso en este equipo de Ottamar Hitzfeld abundan los descendientes de inmigrantes, como el albanés Xherdan Shaqiri, su jugador de estrella. En principio, el único entre los suizos que –por su gran capacidad técnica y su velocidad, que pese a sus 22 años le permitieron ganarse un lugar en el Bayern Munich de Pep Guardiola– si encuentra el sendero de los jardines que se bifurcan puede llegar a complicar seriamente a la indescifrable defensa argentina.

Entre los tantos recuerdos de su esposo escritor, María Kodama ha sentenciado que “en Suiza, Borges podía ser él mismo”. No es que se quiera aquí extremar paralelismo, pero si hoy la Argentina logra eso, es decir ser o encontrarse consigo misma, con su juego, con su historia, con sus razones y su inteligencia, los argentinos tendrán un nuevo motivo para festejar.

El árbitro será un sueco. No es intención aquí remarcar la confusión homofónicamente tonta entre Suecia y Suiza, pero por la dudas, por si mañana acaso haya que echarle en cara alguna maldición, alguna fatalidad del destino, el hombre del silbato se llama Jonas Ericsson, que es homónimo pero diferente a Leif Ericsson, de quien Borges dice en su poema The Cloisters que los laureles florecerán cuando divise las arenas de América, aunque eso le dé a uno un poco de vértigo.

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