DEPORTES › LO QUE DEJO LA VICTORIA DEL CHUBUTENSE FRENTE AL MEXICANO ORUCUTA
Además de retener por 11ª vez el título de los supermosca de la Organización Mundial, el Huracán se convirtió en el tercer boxeador con más peleas titulares del mundo (30), sólo por detrás de el mexicano Julio César Chávez (37) y el estadounidense Bernard Hopkins (32).
› Por Daniel Guiñazú
Omar Narváez lo hizo de nuevo. Volvió a dar lo mejor de sí en una pelea a priori complicada. Y no sólo le ganó por puntos en fallo mayoritario al retador mexicano Felipe Orucuta y retuvo por 11ª vez el campeonato de los supermoscas de la Organización Mundial. También dio un paso más en busca de su lugar en la historia grande: se convirtió en el tercer boxeador con más combates por títulos del mundo (30) de todos los tiempos, sólo por detrás de dos supercracks: el mexicano Julio César Chávez (37) y el estadounidense Bernard Hopkins (32).
“Mi sueño es llegar a campeón a los 40 años y ya falta menos”, dijo Narváez sobre el ring del Auditorio Municipal de Villa María (Córdoba) inmediatamente después de haber coronado su faena con el triunfo, el 43 de su carrera, en la madrugada del sábado. Y es una buena noticia que a los 38 años, la gloria no le pese sobre sus hombros. El chubutense no está pensando en pasar a retiro y sigue interesado en dictar cátedra sobre el cuadrilátero. Ganándole de paso el de-safío al inexorable curso del tiempo. La fórmula para mantenerse en la cresta de la ola es sencilla de enunciar. Pero para muchos, difícil de llevar a cabo: una vida ordenada y serena, un entrenamiento metódico y constante (aun cuando no haya actividad en la mira) y un conocimiento profundo de la técnica del boxeo.
Esa versación en los secretos pugilísticos, esa mirada afinada para leer e interpretar cada dato que le va entregando el combate y para ir armando sobre la marcha su táctica, lo ha llevado a Narváez a graduar su tren de pelea. Ya no está para cambiar golpes de campana a campana. Nunca ha sido su estilo y a los 38 años y con 12 como bicampeón del mundo, nunca lo será. Entonces, selecciona los momentos. Elige cuándo trabajar a fondo y cuándo es conveniente dejarlo hacer a su rival. Con un minuto, a lo sumo minuto y medio de actividad por vuelta, le alcanza al chubutense para sumar puntos y subrayar diferencias. En el resto del tiempo, administra energías, recorre el ring con sus piernas prodigiosas y bloquea los golpes de su rival con sus antebrazos o sus hombros que forman una coraza defensiva inexpugnable.
De esta manera, gradual y selectiva, elegante pero a la vez eficaz, Narváez (51,950 kg) construyó su triunfo ante Orucuta (52,050). El mexicano hizo lo mismo que en la pelea anterior, hace un año en el Luna Park. Fue al frente permanentemente y lanzó golpes desde todos los ángulos. Pero no resultó efectivo. Pocas veces entró con claridad y acierto porque la mayoría de sus impactos dieron en los brazos de Narváez quien trabajando muchas veces en retroceso, del medio del ring hacia atrás, lanzó menos manos que el mexicano. Pero pegó mucho mejor. Sobre todo, la izquierda voleada y cruzada que llegó a la cabeza del azteca cuantas veces se lo propuso.
Página/12 lo vio ganador a Narváez por 117/111. Y dos de los tres jurados estadounidenses, Denny Nelson y Robert Hecko, también lo dieron triunfador pero por cuatro puntos (116/112). El restante, Pat Russell, de puro ingenuo cayó en la trampa: creyó que Orucuta había sido el dominador por el mero hecho de ir hacia adelante tirando golpes, que Narváez había sido el dominado por el mero hecho de pelear hacia atrás y hacia los costados y falló un empate en 114 que al fin, quedó reducido al tamaño de una anécdota. Porque en la historia sólo hay lugar para Narváez. Y en letras cada vez más grandes. Tan grandes como su clase que no reconoce fecha de vencimiento.
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