DEPORTES › A 40 AÑOS DE UNA GRAN PELEA
› Por Daniel Guiñazú
El accidente fue terrible. El choque del Torino con un colectivo en pleno centro de Morón dejó al auto convertido en un acordeón de hierros retorcidos y a su conductor, golpeado por todas partes, con un corte profundo en los labios, un brazo casi desgarrado y un tobillo fisurado. Cualquier otro hubiera ido a un hospital para recuperar los huesos y los músculos maltrechos. Pero él no. Tenía una misión que cumplir. Y nada ni nadie podía desviarlo de su máximo objetivo.
Cuando se enteró de lo que había pasado, Juan Carlos Lectoure quiso suspender todo. Pero Víctor Emilio Galíndez, cosido y vendado, fue hasta su despacho y le dijo que no, de ninguna manera. Que el 7 de diciembre de 1974 se subiría como fuere al ring legendario del Luna Park y enfrentaría al estadounidense Len Hutchins por el título vacante de los mediopesados de la Asociación Mundial de Boxeo. Galíndez quería ser, a los 26 años recién cumplidos, el primer boxeador argentino que ganara una corona del mundo en el viejo estadio de Corrientes y Bouchard. Y lo fue nomás. De esa historia y de esa noche inolvidable, hoy se cumplen 40 años exactos.
Pongamos la situación en contexto. Bob Foster, el sheriff de Albuquerque, había decidido retirarse luego de 6 años de mandato invencible como campeón unificado de los semicompletos. Y el boxeo argentino talló muy fuerte en la sucesión. El mendocino Jorge “Aconcagua” Ahumada enfrentó en Londres al inglés John Conteh por la versión del Consejo (ganó Conteh por puntos en 15 rounds), Y Lectoure movió influencias en la Asociación y logró que la pelea entre Galíndez y Hutchins (número 1 y número 2 en el ranking mundial) se hiciera en el Luna. Dos semanas antes del combate, sucedió el accidente de Galíndez, uno de los tantos que sufrió a causa de su pasión por los autos veloces y su manejo intrépido. Pero guapo como era y convencido como estaba de que sería campeón del mundo, Víctor apretó los dientes, aguantó el dolor y pese a su mala preparación, igualmente subió esa media noche al ring.
Ese sábado, todo el país vio en directo, a través del viejo Canal 7 y con los relatos de Enrique Macaya Márquez, la paliza inmisericorde que Galíndez le dio a Hutchins. El estadounidense cayó tres veces y por lo menos en otras seis ocasiones estuvo nocaut de pie sin que el árbitro venezolano Jesús Céliz o sus segundos, Harry Grooms y Del Williams, se animaran a quitarlo de la pelea. Al comienzo del 13º asalto, Hutchins, flagelado por la tunda, permaneció sentado en su rincón y no salió al llamado de la campana. Recién ahí, la victoria del argentino quedó sentenciada bajo la ovación de los 12 mil espectadores que soportaron los calores del Luna para ver la consagración del quinto campeón mundial del boxeo nacional y el primero que lo lograba allí.
Hubo más drama todavía. Hutchins se desvaneció en su vestuario y el doctor Raúl Matera ordenó que se lo llevase de urgencia al Instituto Costa Boero, donde recién volvió en sí a las 5 de la mañana del domingo. Mientras tanto, Galíndez, en el otro camarín, lloraba de alegría y de dolor. Su cuerpo agobiado le pasó todas las facturas de aquel accidente. Tanto que su técnico, Juan Carlos Pradeiro, debió cortarle la bota izquierda con una tijera para poder aliviar la hinchazón del tobillo fisurado.
La leyenda de Galíndez nació en aquella noche de Luna lleno y de sufrimiento. Después se sucedieron las victorias ante Pierre Fourie y la epopeya ante Richie Kates en Sudáfrica, el mismo día (22 de mayo de 1976) de la muerte de Ringo Bonavena en Reno (Nevada). Más victorias (Kates otra vez, Yaqui López en dos ocasiones, Eddie Gregory), la derrota y el triunfo ante Mike Rossman y la última caída por nocaut ante Marvin Johnson en 1979, en Nueva Orleáns. Y siempre la sangre, la angustia, el coraje, la guapeza y el aguante como marcas de un estilo imborrable, electrizante.
Vivió demasiado rápido Galíndez. Fue y vino en apenas 31 años de existencia. Una semana antes de cumplir los 32, el 26 de octubre de 1980 y cuando ya estaba afuera del boxeo por un desprendimiento de retina, el auto descontrolado de Marcial Feijoo los atropelló y los mató a él y a Antonio Lizeviche, en la carrera de TC de 25 de Mayo. Pero ése es el penoso punto final de la historia. El comienzo estuvo repleto de gloria y emociones. Y sucedió en una noche como la de hoy, hace exactamente 40 años.
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