DEPORTES › SUFRIó CUATRO CAíDAS EN APENAS CINCO MINUTOS
El chubutense perdió su título mundial supermosca de la OMB frente al japonés Inoue, 18 años menor y con apenas ocho peleas profesionales. Tiene con qué seguir combatiendo, pero le costará olvidar tan formidable humillación.
› Por Daniel Guiñazú
De la manera más rotunda e inesperada, casi sin haber podido ejercer su propia defensa, Omar Narváez entregó ayer en Tokio su título supermosca de la Organización. El japonés Naoya Inoue lo barrió del ring del Gimnasio Metropolitano de la capital japonesa y lo noqueó en el segundo round, luego de haberle provocado cuatro caídas, dos en cada uno de los asaltos que duró la breve y desigual contienda.
Dolió verlo rodar por la lona al ahora ex campeón chubutense. Ninguna de sus virtudes le sirvió para evitar la hecatombe. Ni sus piernas frescas y ágiles le alcanzaron para entrar, pegar y salir, acercándose y alejándose de Inoue. Ni su izquierda seca en jab y cruzada fue suficiente para mantener a raya al prodigioso japonés que con 21 años y apenas 8 peleas profesionales en su record (todas ganadas, siete antes del límite), logró su segunda corona del mundo de 2014 (en abril había obtenido la de los minimoscas del Consejo) y se encamina a ser la nueva sensación boxística del boxeo oriental.
Cada derecha recta o voleada a la cabeza de Inoue, cada izquierda lanzada por línea interna, cada gancho de zurda al hígado fue un estremecimiento para Narváez. El boxeador habilidoso que hasta ayer nunca había caído porque resultaba muy difícil poder pegarle, se fue al piso como una marioneta a la que le cortaron los hilos cada vez que el japonés pudo conectarlo. La mayor estatura y el superior alcance de brazos de Inoue pronto resultaron indescontables para Narváez. Y sus golpes, intolerables. Tanto que después de haber recibido el último gancho de izquierda a los planos bajos e irse al piso por cuarta vez, el chubutense prefirió escuchar la cuenta final de diez del árbitro Lou Moret a seguir presentando batalla, exponiéndose a una paliza sin sentido. Tardó seis minutos Narváez en darse cuenta no sólo de que la pelea ya estaba perdida, sino de que no tenía modo de poder ganarla.
Podría decirse que los 39 años de Narváez resultaron demasiado para los potentes 21 de Inoue. Y es posible que así haya sido. Pero no resultó esa la diferencia mayor. De hecho, casi siempre el chubutense enfrentó a rivales más jóvenes y con menor desgaste y los venció sin problemas. Los problemas insalvables fueron la estatura y el vigor de Inoue, seguramente el adversario más fuerte y poderoso que Narváez haya tenido enfrente en sus 12 años de reinado como campeón del mundo entre los moscas y supermoscas que ayer tocaron a su fin del peor modo posible.
¿Tocaron a su fin? Eso está por verse. El estupor de la derrota está demasiado fresco aún y resulta tan aventurado afirmar que esta ha sido la función final de un gran campeón del mundo como que pronto habrá desquite con Inoue en Japón o en la Argentina. Narváez tiene 39 años, está entero en lo físico y acaso quiera regalarse la proeza de una reconquista histórica antes de colgar definitivamente los guantes. Pero también puede estar pensando en marcharse de una actividad a la que le entregó todo lo mejor de sí como amateur y profesional y con la que ganó bastante menos dinero del que debió haber ganado. Sobre todo en el apogeo de su carrera.
Los próximos días y meses irán seguramente dando pautas de lo que Narváez pretende hacer con su vida y su carrera. Lo que ya no podrá borrarse es la fea sensación de verlo caer así, indefenso e impotente. Como nunca lo imaginó. Como si nunca hubiera sido quien realmente fue.
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