Mar 07.04.2015

DEPORTES  › OPINIóN

La ley del fútbol no debe ser enemiga de la justicia

› Por Pablo Vignone

El episodio fue, sin duda, más interesante que todo el partido: el árbitro Germán Delfino dio marcha atrás dos decisiones importantes, un penal y una expulsión, cuando recibió el informe, cuya fuente última eran las imágenes televisivas de lo ocurrido, de que su decisión original se basaba en una errónea comprensión de aquello que había acontecido. Que Vélez le ganara finalmente a Arsenal gracias a otro penal y no a causa del desestimado por el mismo árbitro no parece haber sido tan importante para la marcha del fútbol como ese incidente polémico.

La polémica, en todo caso, estriba en que la decisión final de Delfino (completamente justa) fue (a rigor del reglamento en vigencia) fraudulenta. Eso es lo que hace interesante el caso: que el encargado de impartir justicia en el juego, el árbitro como figura encargada de resguardar la ley del fútbol, haya tenido que transgredir la ley para aplicar la sanción más justa. Es esa paradoja lo que más llama la atención.

El fútbol va demasiado a la cama con la televisión como para pretender altaneramente dignidad. Pero los reglamentos, sus cánones tradicionales, que llevan más de un siglo sin prácticamente cambios, consagran esa independencia aunque el sentido común (apoyado por la creciente cantidad de casos en los que la tele muestra la otra cara de la milanesa) indique la necesidad de ir revisando esa cuestión. La International Board rezuma folklorismo de carcamanes, una postura que a la FIFA no le cae nada mal, porque cuanta menos transparencia, más posibilidades existen de influir en el juego.

Se atacó la decisión de Delfino calificándola de falta muy grave precisamente por su quebranto reglamentario. Se insistió en las últimas horas en que el apego al reglamento debe estar por encima de la sensación de justicia simplemente porque la cuestión es supranacional, excede los límites del posibilista fútbol argentino, y se reclamaron sanciones contra el árbitro. En términos estrictamente reglamentaristas, la posición es concreta. A Delfino lo juzgará el Colegio de Arbitros, ya no será sorteado para dirigir la próxima fecha; pero la última medida del fútbol argentino bien podría proporcionarla el caso Orion: si un futbolista, que participa en una juzgada desgraciada en la que un colega termina fracturado y medio año fuera de las canchas, recibe una sanción más cercana al mínimo que al máximo previsto, no se ve la razón lógica por la cual Delfino vaya a ser crucificado en este caso.

La justicia como bien supremo debiera sostenerse por encima de los reglamentos, televisión al margen. El apego estricto al mismo aleja la chance de cambios en el mejor de los sentidos. Pero es tan difícil suponer la posibilidad de una revolución siguiendo el camino legalista como creer que el medio que sostuvo a su caudillo durante 35 años pueda resultar caldo de cultivo para una revolución en la materia: impartir justicia tantas veces como sea posible, con las herramientas de las que se disponga, para empujar al cambio.

Eso no sería demasiado pedir; sin embargo, suena utópico dado el estado actual del fútbol argentino. A lo sumo, parece que bastaría con reclamar que Delfino no pague un precio elevado por haber hecho lo que, en definitiva, su conciencia debiera dictarle.

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