Dom 14.06.2015

DEPORTES  › OPINION

El camino que lleva del entusiasmo al estupor

› Por Pablo Vignone

Paraguay tardó 59 minutos para patear al arco, con un remate de Haedo Valdez que Romero rechazó. El arquero argentino sólo había intervenido en dos oportunidades, hasta allí, a los 25 y a los 52, para descolgar centros. El dato sirve para ilustrar hasta qué punto el seleccionado paraguayo había regalado el partido y, por lo tanto, de qué manera rifó la Selección Argentina un triunfo que parecía asegurado.

En esa media hora de reacción, el equipo guaraní pateó 7 veces al arco, para conquistar sus dos goles; la Argentina, a lo largo de los 90 minutos, remató 18 veces, y en más de una ocasión dio la sensación exasperante de que no le hacía caso a lo que pedía la jugada, el remate desde fuera del área antes que una cesión lateral en búsqueda de mayor profundidad. Dato adicional: la mitad de los remates resultaron desviados.

Con una posesión del 68 por ciento al cabo de los 90 minutos, superior al 70 tras los primeros 45 minutos, el protagonismo de la Argentina torna más llamativo el resultado. El equipo albiceleste coronó con éxito casi cuatro veces más pases (484 a 126) que su rival, en un margen de efectividad bastante alto por parte de los dos equipos.

Lo que hace todavía más doloroso el producto final: con el fabuloso poderío que goza, con la constelación de estrellas que la ilumina (la diferencia entre el Messi del Barcelona y el de la Selección es que jugadas como las de la gambeta colectiva y la zambullida, con la camiseta azulgrana terminan dentro del arco, y con la celeste y blanca se van por el lateral...), la Argentina no pudo resolver una sencilla ecuación cuando Paraguay pasó de uno a tener dos hombres de punta. Con esa alteración táctica se desmoronó todo el edificio. Ni siquiera es necesario mencionar los regalos (el de Samudio en el gol de Agüero, el del árbitro colombiano Roldán en el inexistente penal a Di María) para completar la evaluación.

Después de seguir desde el entusiasmo hasta el estupor el desempeño de la Selección, vista a lo largo de los 90 minutos plus, habrá que convenir que así como Gerardo Martino interpretó el humor popular cuando declaró prácticamente una razón de Estado la conquista de la Copa América, está obligado a encontrar respuestas rápidas y eficaces para quedar a la altura de su honestidad intelectual. El resultado no es preocupante: es preferible ir de menor a mayor que a la inversa; lo que es imprescindible es reconocer que un gigante con los pies de barro no puede ganar este título.

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