DEPORTES › PARA GALLARDO FUE EL TERCER HALAGO INTERNACIONAL EN RIVER
› Por Daniel Merolla
Marcelo “El Muñeco” Gallardo quería de chico ser piloto de avión, pero un día descubrió su amor por el fútbol, pasión que lo llevó a ganar su tercera copa internacional como técnico de River. “¡Ahí va el muñequito, ojo con el muñequito!”, decían de él cuando a los nueve años hacía malabarismos con la pelota con su físico pequeño rodeado de juveniles grandotes.
Una vez contó que un amigo médico le dijo que él tenía “el motor de una Ferrari en la carrocería de un Fiat 600”. Para el fútbol no hace falta ser un gigante con músculos.
A 30 años de aquellos primeros “pininos” y con una rica carrera como jugador y entrenador, Gallardo vio a su equipo conquistar la final de la Copa Libertadores 2015, el tercer trofeo en poco más de un año como técnico. En 2014 ganó la Copa Sudamericana al Atlético Nacional de Colombia y la Recopa a San Lorenzo de Almagro, con perdón del papa Francisco. Y sin contar una Euroamericana al Sevilla de España porque no es oficial.
“Esta Copa no se nos puede escapar en casa”, había afirmado, sin exitismo, una semana atrás, al aclarar que “sería ridículo” no considerar también favorito a Tigres.
Amante del rock de Soda Stereo, Andrés Calamaro, La Bersuit y los Redonditos del Indio Solari, el Muñeco colaboró en devolverle a River la gloria oscurecida cuando en 2011 se fue al descenso.
Es lector de novelas, pero se fascinó con una biografía de Pep Guardiola. Se identificó con los ideales del ex técnico del Barcelona. Sostiene Gallardo que “es chabacano y superficial” decir a los jugadores frases como “vamos a poner huevos”. “Creo en decirles que salimos a la cancha a defender algo y a sentirnos bien con nosotros mismos”, reflexiona.
Nacido en un barrio de trabajadores de Merlo, desafió al machismo al incorporar a una especialista en neurociencia, Sandra Rossi. “Hay un montón de pequeños mundos que resolver en las cabezas de los jugadores. Aquellos que piensan mejor y más rápido, hacen la diferencia”, afirma.
Siempre fue algo rebelde y se le suele “soltar la cadena”, según la metáfora de Diego Maradona. Lo echaron en Monterrey, y en el Monumental ni siquiera pudo dar instrucciones por radio o celular.
Como jugador ya era un “fanático gallina”; ganó seis campeonatos y dos copas con River. Es un ídolo de los hinchas.
El éxtasis lo logró como técnico al eliminar dos veces consecutivas al rival de todos los tiempos, Boca, en ese clásico que hay que ver antes de morir.
La primera fue en semifinales de la Sudamericana 2014 (0-0 y 1-0). Aquella noche se quebró. Al terminar el juego le dio “un abrazo del alma” a Tití Fernández. La madre de Gallardo había fallecido días antes. La segunda victoria sobre Boca tuvo sabor amargo en octavos de la Libertadores 2015. De su paso por Francia le quedó un placer por la música francesa. Con la camiseta del Mónaco ganó la Liga y la Supercopa. También jugó para el Paris Saint-Germain, DC United, de Estados Unidos, y Nacional, de Uruguay, con el que ganó un torneo como futbolista y otro como DT. Es un muñeco bravo.
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