DEPORTES › OPINION
› Por Gustavo Veiga
Para Diego Ceballos ni olvido ni perdón. Acaba de tronar el escarmiento por su mal desempeño en la final de la Copa Argentina. Alguien debía pagar por un error grosero (el penal otorgado a Boca) sumado a dos offsides minimalistas, en un ambiente donde casi nadie paga. Ni dirigentes, ni entrenadores, ni jugadores, ni barrabravas, ni intermediarios. La AFA lo arrojó por la borda en vísperas de una votación tan reñida como histórica. Lo dejará sin su trabajo mejor remunerado —será dado de baja como árbitro internacional—, aunque esa decisión no fue más drástica que otras que se toman contra los mismos directores técnicos cuando pierden un puñado de partidos o sus futbolistas por la misma razón. Los echan y sanseacabó.
Lo grave es que un referí se convierta en el comendador de Fuenteovejuna. Ni Lope de Vega lo hubiera pensado mejor. El fútbol argentino sufre de gangrena. Las luminarias disimulan su indecencia, pero sigue podrido por dentro, como si vistiera ropas ligeras por fuera. Está casi en bolas.
Los medios informaron que Luis Segura tomó la decisión. Podría atribuirse a un motivo electoral. Tal vez. El presidente de la AFA es el máximo responsable de que Ceballos no continúe más como juez en los registros de la FIFA. Lo que debería ser un honor (no integrar más el staff de árbitros en un territorio dominado por la mafia) es un incordio para el referí depuesto. Como para hacer más grotesca e incómoda la situación, el mismo día en que echaron a Ceballos, decenas de dirigentes se reunieron en una cena para respaldar la candidatura de Segura en el club Barracas Central, con Hugo Moyano sentado a su diestra en la cabecera.
El árbitro se equivocó, es cierto. Todos se equivocan, nadie es perfecto, se sabe. El máximo directivo de la AFA también. Entre 1979 y 1981 compartió la comisión directiva de Argentinos Juniors con Carlos Suárez Mason, el señor Suárez a secas. Apellido español despojado del Mason para disimular su pasado genocida. Y en 2004, Segura —ya como presidente— negó que el ex militar hubiera comido un asado en el club para festejar sus ochenta años. La comilona fue denunciada por organismos de derechos humanos.
Todo se guarda, nada se pierde, era un eslogan de la revista Humor. Nadie resiste un archivo bien nutrido. Tampoco se vuelve de decisiones que, al menos deberían servir como un libre ejercicio de razonamiento para definir qué es peor. Si errar fulero en pitar un penal o conducir un club con Suárez Mason adentro. Aunque Segura quizá todavía lo niegue, el juez federal Jorge Ballestero revocó en 2004 el arresto domiciliario del genocida por haber salido a celebrar su cumpleaños con ayuda del entonces embajador de Ecuador en el predio Malvinas de Argentinos Juniors. En ese momento, él era su presidente.
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