DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
No es ninguna novedad la situación financiera desastroza de prácticamente todos los clubes del fútbol argentino. Tampoco es novedoso lo razonable que resultaría que los jugadores tengan treinta días de vacaciones durante los recesos, lo que por lo menos en los últimos tiempos y con alguna excepción, no es para nada lo habitual.
Y las dos cuestiones –las bancarrotas institucionales de los clubes y la falta de descanso de los futbolistas– están interrelacionadas.
Es que son cada vez más los torneos que se van sumando a los calendarios tradicionales. A la Copa Argentina, por ejemplo, se le agregó la Sudamericana y si bien las sucesivas eliminaciones hacen que sean cada vez menos los futbolistas en actividad hasta las etapas definitorias, se ven agregando muchas veces compromisos amistosos internacionales que además del desgaste normal de las competencias, el cansancio propio de los viajes, hacen que el previsible descanso del receso se achique cada vez más.
Los tentadores dineros que ingresan a las tesorerías de los clubes por estos compromisos fuera de los calendarios habituales, prácticamente nunca son rechazados por las instituciones y muchas veces ayudan a saldar compromisos atrasados. Y para nada se toma en consideración la necesaria recuperación de los futbolistas, ya que en los primeros días de cada año calendario se inician los torneos de verano.
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