DEPORTES › OPINIóN
› Por Miguel Hein
Todo salió torcido para River desde la obtención de la Suruga Bank, con aquel 3-0 propinado al Gamba Osaka. Como le pasó a San Lorenzo el año pasado, cuando penó en el torneo local después de ganar la Copa Libertadores y a la espera del Mundial de Clubes de Japón, los dirigidos por Marcelo Gallardo tuvieron una muy olvidable segunda parte del certamen doméstico, cediendo bastante temprano sus pretensiones de pelear por consagrarse campeón.
Aquella resignación tuvo continuidad en la Copa Sudamericana, a la que River se sumó en los octavos de final con la pretensión de repetir el título. Y avanzó. Primero superó a Liga de Quito (2-0 en el Monumental y 0-1 en la altura ecuatoriana). El ignoto Chapecoense fue el rival que dejó en el camino en los cuartos de final, con el 3-1 en Buenos Aires y el 1-2 en Brasil. Claro que esos pasos a la semifinal fueron difíciles de dar. Al triunfo claro en el partido de ida ante Liga le siguió una vuelta complicada, ante un rival que se puso 1-0 y pocos minutos después falló un penal que habría igualado la serie. River resistió y venció. Tampoco regalaron nada los brasileños. En Núñez cayeron por amplio margen en el tanteador y en el juego, pero en su pago chico mostraron una cara bien distinta y tuvieron a los “millonarios” al borde del nocaut, para el cual sólo les faltó ni más menos que acertar al arco de Barovero.
Este River dubitativo fue el que enfrentó a Huracán en el partido de ida por las semifinales. Y perdió 1-0, pero sólo porque su arquero y el travesaño se interpusieron entre Wanchope Abila y la red.
Todas las penurias se explicaban por el mal de Japón, tanto porque River había desgastado energías viajando hacia allá sin descanso para disputar la Suruga Bank luego de apenas festejar la obtención de la Libertadores como porque sus jugadores no podían dejar de pensar en el Mundial de Clubes de diciembre próximo.
Cual experto galeno, Marcelo Gallardo juntó a los jugadores en una minipretemporada en Cardales, oxigenó cuerpos y mentes y trató de renovar la mística colectiva que en los últimos tiempos le permitió a su equipo una amplia cosecha en el plano internacional. Pero el intento de cura del mal de Japón resultó vano y hasta se diría que profundizó la enfermedad, según lo visto el jueves en el estadio de Huracán. Allí donde River empató 2-2 y esa igualdad no le alcanzó para dar vuelta el 0-1 del encuentro de ida por la serie semifinal, por lo cual sus deseos de estar en la final de la Copa Sudamericana por segunda vez consecutiva quedaron en el plano de las ilusiones. Ahora sí el técnico y el plantel pueden pensar en el Mundial de Clubes. Tendrán tiempo de descansar y de prepararse para ir a buscar la gloria de otro certamen internacional, aunque el rival con el que sueñan jugar la final sea el Barcelona de Messi, que tuvo su período de dudas pero ahora parece estar en otro de esos períodos de pacman, en los cuales engulle todo lo que tiene delante.
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