Vie 17.06.2016

DEPORTES  › LOS NUEVOS PROTAGONISTAS DE LA VIOLENCIA EN LA EUROCOPA

Los cazadores de hooligans

La moda que viene de Rusia. Grupos neonazis con entrenamiento casi militar opacan a los alcoholizados hinchas británicos. Un dirigente del fútbol ruso los alentó a seguir su raid delictivo.

Ni Luis Barrionuevo se animó a tanto. En 1998, cuando era presidente de Chacarita, sentenció por la voz del estadio: “No entremos en la provocación de los muertos de All Boys, no son nadie”. Igor Lebedev, dirigente de la Federación de fútbol de Rusia, superó con holgura a nuestro sofista gastronómico. “No veo nada malo en que los aficionados luchen. Todo lo contrario, bien hecho muchachos, ¡sigan así!”, felicitó a los barrabravas que hablan en su misma lengua después de que les dieran con todo a los hooligans ingleses en la Eurocopa de Francia. El nacionalista ruso encontró un aliado en su propio canciller, Serguéi Lavrov. Había acusado al gobierno francés de detener un ómnibus con 40 hinchas de la ex URSS y de violar la Convención de Viena por no avisarle a la embajada de los arrestos. Lo que no pudo el escándalo de la FIFA y el boicot posterior al Mundial 2018 que se organizó contra Moscú por el presunto pago de sobornos, lo lograron los pesados del fútbol que por estas horas siembran de miedo los estadios de Francia. Los Gladiators Firm 96 del Spartak, los Orel Butchers del Lokomotiv de Moscú y los ultras del Torpedo son una gran amenaza contra el torneo que se disputará en dos años. En Rusia lo saben desde hace tiempo.

Se trata de nazis o sucedáneos de su ideología xenófoba que intentan robarle el protagonismo a los hooligans ingleses. El periodista español Daniel Ollero los definió por sus tatuajes cuando compartió con ellos tribuna en Moscú: “cruces gamadas, Tokenkofts, puños americanos, leyendas en las que ponían ‘hooligans forever’ e, incluso, un par de SS”. No extrañó entonces que los alentara Lebedev, dirigente futbolístico pero además militante del partido Liberal Democrático. Un enunciado engañoso que maquilla el nacionalismo extremo de las huestes de su líder, Vladimir Zhirinovsky, una especie de Donald Trump ruso que en su larga trayectoria política propuso arrojar bombas nucleares en Chechenia o invadir Alaska, entre otras iniciativas de ese tipo.

“No entiendo a los políticos y funcionarios que están criticando a nuestros fans. Debemos defenderlos y entonces podemos solucionar el problema cuando llegan a casa”, dijo Lebedev, quien aquí podría darse la mano con decenas de funcionarios, burócratas sindicales o dirigentes deportivos que apañan a las barras bravas. El componente ultranacionalista de su discurso quedó retratado en los medios durante estos días de la Eurocopa: “En nueve de cada diez casos, los aficionados al fútbol van a los partidos a pelearse y eso es normal. Los rusos defendieron el honor de su país y no dejaron que los aficionados ingleses profanaran nuestra patria. Debemos perdonar y comprender a nuestros fans”, señaló sin ruborizarse.

Su cuenta de twitter recalentó el ambiente mediático en Inglaterra donde el sensacionalista The Sun reprodujo sus mensajes en defensa de los violentos que salieron a la caza de hooligans. Lebedev incluso le echó la culpa a la seguridad local del torneo: “Lo que ocurrió en Marsella y en otras ciudades francesas no es culpa de los aficionados, sino de la incapacidad de la policía para organizar este tipo de eventos correctamente”.

En Rusia se militarizan las calles cada vez que se juega un partido de fútbol entre clubes con ultras organizados. Es lo que estamos viendo también en Francia. No hay diferencias. Lo describió en detalle el periodista Ollero cuando estuvo en Moscú: “El andén estaba tomado por las fuerzas especiales de la policía, el OMON, una suerte de rambos postsoviéticos de más de metro ochenta que parecían listos para despellejar chechenos”. También escribió: “Al subir las escaleras y llegar a la calle el estado de sitio se hacía aún más evidente: un par de tanquetas de policía estacionadas, agentes a caballo, policías de tránsito, los rambos del OMON…”

Los problemas que ocasionaron los ultras rusos y el modo en qué los encaró el gobierno francés no son los únicos que afronta Francois Hollande. Jaqueado por la amenaza de nuevos atentados del terrorismo islámico y las protestas contra la reforma laboral –acaba de amenazar con que prohibiría las manifestaciones de la CGT local– tiene una preocupación adicional en la Eurocopa. Quedó demostrado en las violentas peleas callejeras con la excusa del fútbol, más las críticas que recibió Francia del canciller Lavrov. Este último la acusó de violar la Convención de Viena porque se detuvo a un ómnibus con cuarenta hinchas rusos. La policía local quería saber si estaban implicados en la batalla de Marsella con los hooligans ingleses.

A diferencia de Lebedev, el ministro de Relaciones Exteriores no fue tan condescendiente con los ultras de su país: “Es inaceptable el comportamiento de algunos de nuestros ciudadanos, que entraron al campo con bengalas y petardos, que están categóricamente prohibidos”. Pero justificó su reacción en las tribunas y en las calles porque se vio por TV “como pisotean la bandera rusa, gritan insultos contra dirigentes y deportistas rusos. Está claro que en ningún caso es motivo para la pelea. Pero ignorar a esos provocadores, que tratan de crear una situación de crisis, también es inaceptable” dijo Lavrov.

Los graves incidentes de la Eurocopa reactualizaron una problemática nunca superada. Que la violencia de grupos organizados en el fútbol, de ideología neonazi y xenófoba, no podrá ser desterrada en un continente que discrimina a los migrantes, sufre brotes de islamofobia y vota cada vez más a candidatos de ultraderecha en elecciones nacionales. La postal más brutal de lo que sucede en el torneo, acaso no fue un británico ensangrentado y pateado en el piso por los mastodontes rusos o el puerto de Marsella copado por bandas de fanáticos alcoholizados.

En Lille, un grupo de cuatro niños gitanos fue humillado por hooligans que les arrojaron monedas al suelo como quien les tira galletitas a los monos en el zoológico. Mientras cantaban y se burlaban de estos chicos en la calle, miraban como un entretenimiento la manera en que aquellos corrían y se abalanzaban detrás de unos centavos. Muchos de esos ultras –sin importar su procedencia– son de clase media alta, tienen formación universitaria y trabajos estables. Viajan por el mundo y por el fútbol a la búsqueda de aventuras nuevas con el condimento del alcohol, la violencia y en el caso de los rusos, ni siquiera les hacen falta hectolitros de cerveza para romper cabezas. Son abstemios y someten sus cuerpos a un duro entrenamiento militar.

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