DEPORTES › OPINIóN
› Por Gustavo Veiga
A no confundirse. El debate con fórceps por la Súper Liga no es un espacio doctrinal de dirigentes preocupados por la supervivencia del fútbol o por el adecentamiento de la actividad que manejan. Es una cuestión de caja, diríase, de sacar la mayor tajada posible en un contexto de crisis en ascenso. Como si se tratara del Parlamento inglés, hay dos grupos. Los lores y los comunes. La nobleza y los representantes de la clase baja. Los primeros serían los clubes grandes, los segundos el Ascenso y los del interior. La mayoría la tienen estos últimos, que ayer les dieron algo de oxígeno a los fogoneros de la Súper Liga. Permitieron que la asamblea de la AFA pasara a un cuarto intermedio, aun cuando sabían que tenían los votos necesarios para sepultar de manera definitiva al proyecto de Boca, River y el gobierno nacional.
Quizá la votación de 60 a 1 (el único que se opuso a posponer el asunto fue Defensores de Belgrano) signifique que la mayoría no quiso dar un aparente salto al vacío. Con el tiempo se verá si esta fue apenas una escaramuza o una derrota estratégica para los clubes más chicos. O si, por el contrario, les permitirá conseguir lo que quieren por los futuros derechos de televisión. Hoy la B Nacional recibe 780 mil pesos mensuales por institución, los lores pretenden pagar 1.200.000 y los comunes contrapropusieron 2 millones. Tal vez cierren en una cifra a mitad de camino.
Hacia abajo, las restantes categorías están más indefensas. La B cobra hoy 390 mil pesos por mes y por club. Y si fuera cierta la cifra que prometió pagar el grupo Turner adelantando tres años de contrato (unos 80 mil millones de pesos), un equipo de la B Nacional percibiría casi diez veces menos que los clubes más grandes de Primera División.
A primera vista, un modelo así no se sostiene. Y sobre todo, porque la Súper Liga viene acompañada por la apertura a las sociedades anónimas deportivas, calcadas del modelo español. Allá, multimillonarios rusos, chinos y de Singapur –entre otras nacionalidades– controlan varios clubes. Los manejan como empresas y fundieron unos cuantos. Tienen sociedades offshore como el indio Ali Syed, quien compró al Racing de Santander, nunca terminó de pagarlo, huyó y lo pescaron cuando se destaparon los Panamá Papers.
Acá se corre ese riesgo aunque apenas se divisa al final del camino. Nadie puede hacerse el distraído. Detrás del proyecto de la Súper Liga está la mano de Mauricio Macri. Un fútbol conducido por CEOS y ofrecido a los amigos del poder que reemplace al actual desastre por un coto de caza para magnates.
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