Sáb 20.08.2016

DEPORTES  › OPINION

Gracias por todos estos años

› Por Guillermo Mastrini *

De chico me colaba en algunos partidos de Ferro en el Etchart, y aunque no era un fanático del básquet, siempre me gustó. Años después, allá por el 2001, yo daba clases en Santa Rosa. Viajaba un jueves a la noche, daba clases 8 horas, y regresaba el viernes a la noche. Por la tarde tenía unas horas para descansar. Recuerdo que uno de esos días, estaba en mi habitación de hotel de viajante de comercio de una cama simple con televisor, y me puse a ver un partido de básquet: Argentina-Canadá. Los del norte tenían varios NBA en ese momento. Los de Argentina eran unos pibitos e iban perdiendo por muchos puntos. Pero de golpe, empezaron a jugar de una cada vez mejor, ganaron y se clasificaron para el mundial de 2002. Esos pibes tenían una mística increíble y desde entonces siempre seguí sus partidos.

Ya en Indianápolis, Argentina jugó el mejor básquet que vi en mi vida. Y lo más alucinante es que no tenía los jugadores más grandotes ni los más habilidosos. Tenía el mejor equipo, se notaba la confianza que tenían entre ellos, cada uno hacía mejor al otro, siempre daban el pase al mejor ubicado en vez de jugar la personal. Fue el primer equipo que le ganó a un equipo norteamericano formado por jugadores NBA, con baile. En la final, con Manu lesionado, un poco de inexperiencia y bastante de afano de los árbitros perdieron con Yugoslavia. Lloré de bronca e impotencia ese día.

En Atenas 2004, tuvieron altibajos. Ya los conocían y los marcaban mejor. Siempre sufrieron que los otros fueran más altos, pero no importaba. En la semifinal, le dieron otro baile a un equipo NBA, con mejores jugadores que en Indianápolis. Estaba Tim Duncan, me acuerdo. La final se jugó contra Italia un sábado a la tarde. Yo juego al fútbol todos los sábados a la tarde con un grupo de enfermos de fútbol que me acompañan desde hace más de 30 años. Nunca suspendemos. Ni por finales de Champions League con Messi incluido. Pero ese día, paramos el partido para ver la final. La mayoría de mis amigos no saben distinguir un doble de un triple, ni lo que es un pick and roll. Pero todos sabíamos que ese partido era algo distinto. Para mí, el logro más importante de la historia del deporte argentino. Algo irrepetible, Ese día lloré de alegría.

Después algunos se fueron, el equipo se volvió cada vez más bajito y cada vez le costaba más ganar. Pero siempre transmitía la misma mística. Dejaban todo para ganar, pero nunca fue una frustración no hacerlo (aunque todos recordamos ese triple de Nocioni que se salió del aro, en la semifinal con España que perdimos por dos puntos).

El del miércoles pasado fue su último partido como equipo (con mayúsculas). Tal vez alguno nos regale un partido extra. Pero ya no será lo mismo. Y estuvo bien que haya sido con Estados Unidos. Como dice mi amigo Santiago, fue justicia poética. Nada de perder con lituanos o serbios. Se fueron jugando, muy bien mientras les alcanzaron las piernas, contra los mejores, contra los que más los respetan. Ayer fue la última función del mejor equipo de la historia del deporte argentino. Ayer lloré de emoción y de orgullo.

Sólo queda decir gracias, gracias, gracias.

* Doctor en Comunicación. Maestría en Industrias Culturales UNQ.

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