DEPORTES
› OPINION
D’Alessandro histeriquea
› Por Diego Bonadeo
Los histeriqueos de Andrés D’Alessandro han estado, desde su aparición en el fútbol grande, en relación directa con sus destrezas futboleras. No es demasiado lo que se sabe de sus actuaciones individuales en el fútbol alemán, pero sí es mucho lo que se le recuerda de su paso por River.
Quien esto escribe, como consumidor de fútbol y más que alejado de cientificismos de diván, pudo percibir, como tantos otros, una semipermanente actitud plañidera en el enganche de la Selección Argentina. Siguiendo con la observación, no con el diván, no hay para nada falta de coraje en el D’Alessandro encarador, pero hay una permanente actitud quejosa, tanto de hecho –revolcones innecesarios después de recibir una falta, reclamos de tarjetas al infractor, entrecejos fruncidos de sufriente estoicismo y demás– como de palabra.
El domingo, en el amistoso contra Colombia, fue claramente manoteado en una jugada tan habitual como tantas otras y tan punible como tantas otras. Su rápida reacción lo llevó a correr al manoteador para golpearlo desde atrás, para después histeriquear una vez más, seguramente para la tele, cuando se decidió su expulsión. En tiempos en que la sociedad casi toda demanda por depuraciones y autodepuraciones en casi todos sus estamentos, no estaría de más que de una vez por todas quienes tienen a su cargo las decisiones respecto de la Selección Nacional –concretamente Marcelo Bielsa– opten por no convocar a quienes, como D’Alessandro, siguen sin entender que tribunear y caretear –que no otra cosa fue la casi incruenta agresión del domingo– no tienen nada que ver con las condiciones técnicas y todo que ver con lo que –Diego dixit– “mancha la pelota”.