DEPORTES
› OPINION
Ex rugbier y ex tanquero
› Por Diego Bonadeo
Uno supone que no muchos, quizás algunos, quizás unos pocos, de los diez mil quinientos atletas de 202 países, carezcan, a prácticamente horas del comienzo de los Juegos Olímpicos, de lo absolutamente esencial para los entrenamientos inmediatamente anteriores a sus participaciones oficiales.
Esto pasó hasta el fin de semana, inclusive, con los remeros argentinos, salvo en el caso del singlista Santiago Fernández, como si no hubiera ya demasiados antecedentes en cuanto a la empecinadamente obscena ineptitud de los dirigentes. Ya el canotaje, en su momento, en Juegos anteriores, pasó por circunstancias iguales, cuando en el lugar de destino no aparecían las embarcaciones.
Sea porque los botes, las canoas o lo que fuere estaban con demoras por papelerío aduanero, o porque el destino no fue el que debió ser y se “extraviaron” como cualquier valija en algún aeropuerto que no debió ser, una vez más la sospecha de ineptitud ronda al coronel Ernesto Alais, ex rugbier (segunda línea de Los Matreros en la década del ‘60), ex responsable de los tanques que nunca llegaron en la asonada carapintada de Semana Santa de 1987, integrante del Consejo Directivo del Comité Olímpico Argentino y presidente de la Federación Argentina de Tiro.
No porque Alais sea responsable directo de esta demora, sino porque, habiendo sido corresponsable de los episodios que impidieron la participación de Ana María Comaschi en los Juegos de Barcelona en 1992, su pasado, no como ex rugbier, ni como ex tanquero, sino como ex tirador, parece que le da patente de corso para cada cuatro años merodearse un lugar en las delegaciones olímpicas argentinas.