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› LE GANO 6-0 A SERBIA Y MONTENEGRO EN EL DEBUT EN LOS JUEGOS
Primer set para la Selección Argentina
Precisión en velocidad, toque y rotación, belleza y eficacia, todo eso fue el equipo argentino ante un muy débil rival que cayó ante los goles de Delgado, C. González, Tevez (2), Heinze y Rosales.
Se puede afirmar, sin dudar ni haber tenido de primera mano la sensación que da el estadio, que fue el debut soñado. La Selección Argentina rubricó el mejor prólogo que podían tener estos Juegos Olímpicos de Atenas que recién se inauguran oficialmente mañana, aplastando a Serbia y Montenegro en una clara demostración de superioridad, con un mensaje intimidatorio para los próximos rivales y otros candidatos a ganar la medalla dorada: las aspiraciones de este equipo argentino tienen sustento.
No vale la pena repasar el partido, que fue un largo monólogo del seleccionado nacional ante un adversario llamativamente flojo, sino subrayar los méritos que impuso el conjunto para ganar de manera tan inobjetable. Porque, más allá de la larga cadena de goles, la victoria se sustentó en un protagonismo abrazado desde el minuto inicial. Tan grande resultó la avidez de la Selección por la pelota en juego que durante largos pasajes no quiso soltarla si no era debajo del arco serbio. Robándole por convicción el balón al equipo contrario se facilita el trabajo de los que saben. Y los que saben –la mayoría en este equipo– lo usaron bien.
Con Rosales por derecha y César Delgado a la izquierda (con Saviola en el banco para resguardar su físico), con Tevez más enchufado en el primer tiempo y D’Alessandro conectado en el segundo, con el Kili González en esa función eléctrica que lo hizo descollar en la Copa América, el equipo se movió desde el área de Lux hasta el fondo de la cancha con una precisión elogiable, y aunque la calidad del rival fue notoriamente endeble, al punto que por momentos el partido pareció un entrenamiento, la Argentina lo resolvió de una manera que no siempre mostró en la reciente Copa América.
Cuando lo buscó a fondo, encontró la respuesta en el marcador. Cuando se tomó un respiro, no dejó nunca de controlar el trámite. Apenas pasado el cuarto de hora ganaba 2-0, con la joyita de Delgado y la maniobra que combinó precisión con velocidad y que Kili González consagró en gol. Sobre el final del primer período, aceleró y en dos minutos marcó otros dos goles, ambos a cargo de Tevez: el segundo, el cuarto de la Argentina, llegó pese a que la lógica indicaba que el arquero Milojevic y el zaguero Stepanov cerraban antes. Cuando el volante de Boca conectó al gol, quedó claro que la estatura futbolística del equipo argentino era definitivamente muy superior; el resultado clausuraba el partido, pero además ofrecía la explicación más racional para entenderlo.
Acaso por eso sea comprensible el engolosinamiento del equipo por llegar tocando corto al gol, descartando a veces la opción del remate de media distancia, una observación que ya se le hizo en la Copa América. Claro que si el conjunto hubiera respondido además en ese rubro, evitando tanto centro atrás para el toque corto definitivo cuando la ocasión parecía propicia para el disparo directo, la actuación entonces habría sido perfecta y la goleada mucho más abultada.
No lo fue más porque, después de la sucesión del quinto y sexto gol, conquistados en apenas tres minutos, los jugadores argentinos eligieron no continuar aplastando a los desmoralizados serbios. Como imbuidos de cierto espíritu olímpico, eligieron jugar el último cuarto de hora haciendo circular la pelota, hacia adelante y hacia atrás, con respeto, sin pisadas ni floreos. Saviola tuvo el séptimo con un cabezazo que se fue muy cerca del palo: era el último al que le faltaba convertir.
A Bielsa, de todas formas, no se le habrá escapado que, aunque respondió bien, la defensa no fue muy exigida, porque los serbios pasaron la mitad de la cancha con pelota dominada en no más de diez ocasiones en todo el encuentro, y que los problemas de Lux cuando la pelota vino por el aire se compensaron con las dos o tres pelotas de gol que el arquero de River supo conjurar.
Como debut, no podía ser mejor. El equipo está puntero, entonado, y los rivales ya saben. Pero, para pensar en el oro, todavía falta mucho.
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