Vie 13.08.2004

DEPORTES  › SE ABREN LOS JUEGOS OLIMPICOS CON LA CEREMONIA INAUGURAL

Gran parque temático del deporte

Atenas organizará los primeros Juegos después de casi todo: tras los acontecimientos que conmovieron al mundo en los últimos años, estos Juegos del gigantismo comercializado les dan, por fin, la palabra a los deportistas.

Por Santiago Segurola *
Desde Atenas

Los Juegos regresan a Atenas en circunstancias muy diferentes a las que pesaban hace siete años, cuando la capital griega fue elegida por algo parecido al sentimiento de culpa que generó la designación de Atlanta como sede olímpica en 1996. Eran los Juegos del centenario y nada habría sido más lógico que celebrarlos en la ciudad de su nacimiento, o al menos del renacimiento. La peripecia olímpica había comenzado mucho antes, 17 siglos antes, en Olimpia, donde la fascinación por el deporte nació con la cultura occidental. Los Juegos atravesaron toda clase de épocas. Se disputaron en el apogeo de la Atenas de Pericles y con Alejandro en la cima del poder. Cuando Roma sustituyó a Atenas como faro del mundo, los Juegos permanecieron como signo de aquel tiempo. Fue en el umbral de la caída del imperio cuando fueron prohibidos por decreto imperial. Su renacimiento se produjo en Atenas, en 1896, y a Atenas debieron regresar un siglo después, pero esta vez el gobierno del imperio no estaba situado en la vieja Atica, sino al otro lado del Atlántico. Ganaron los intereses comerciales sobre cualquier idea romántica. Ganó Atlanta y perdió Atenas. Perdieron los Juegos como concepto. Nunca hubo unos Juegos más mediocres que los de Atlanta.
Se eligió a Atenas como reparación en 1997 y todo el mundo lo consideró una idea justa, por no decir feliz. La ciudad se había sentido frustrada, casi humillada, por su derrota ante Atlanta. La designación fue un acto de justicia en un momento en que los Juegos ya no eran la empresa ruinosa que estuvo a punto de acabar con las finanzas de Montreal, en 1976, o que había sido víctima de los contubernios políticos en Moscú 1980, o que sólo encontró una ciudad candidata (Los Angeles) en 1984. Los Juegos, quizá convertidos en un parque temático del deporte, profesionalizados hasta extremos insospechados, se habían convertido en un gran negocio. No tenían mucho que ver con los ideales que habían motivado su regeneración a través del barón de Coubertín, pero eso importaba poco. A finales del siglo XX, el deporte era una de las expresiones máximas de la cultura contemporánea. Y un negocio, cada vez más saludable. Atenas tenía un futuro perfecto con sus Juegos 2004.
Siete años después, el paisaje es muy diferente. Atenas organizará los primeros Juegos después de casi todo. Después del 11S, después del 11M, después del escándalo de corrupción en el COI tras la designación de Salt Lake City como ciudad organizadora de los Juegos de Invierno 2002. Violencia, corrupción y trampa han presidido los últimos años. Atenas se enfrenta a este apocalipsis en circunstancias muy diferentes a las previstas. Quizá la ciudad que comenzó la regeneración olímpica tenga que salvar el futuro de los Juegos, o enterrarlos definitivamente. ¿Tiene sentido una fiesta del deporte vigilada por 70.000 policías y soldados, aviones Awac y misiles Patriot? ¿Tiene sentido celebrar algo en medio de tanta incertidumbre, de tanto temor, de tanta violencia? ¿Merece la pena creer en la limpieza del deporte, es decir, en la vieja e ingenua épica, cuando las noticias de fraude son constantes? ¿Podrán soportar las futuras ciudades candidatas la sangría de dinero que supone la organización de los Juegos? ¿Se ha llegado a un punto insoportable de gigantismo?
Atenas tendrá que decir muchas cosas sobre estas cuestiones. No hay un ambiente de felicidad en torno de los Juegos. Sí existe expectativa y deseo de fiesta, pero la realidad se hace demasiado evidente. Y no puede ser de otra manera. El mundo cambió tras el 11 de septiembre y a los Juegos le afecta de manera muy sensible ese cambio. Un cierto tono sombrío precede al acontecimiento olímpico. En algún momento pareció que Atenas se anticipaba a los problemas. Se demoró en las obras como si no quisiera avanzar en algo que la incomodaba. Posiblemente, Atenas no habría aceptado la designación en 1997 si hubiera conocido el futuro que esperaba al mundo en los años siguientes.
Pero los Juegos están aquí, contra la presión del terrorismo, contra los indicios de nuevas corrupciones en el Comité Olímpico Internacional, contra la certeza de que el doping ha envenenado irremediablemente el deporte. Este es el paisaje de nuestro tiempo. A este tiempo corresponde Atenas 2004, unos Juegos que intentarán encontrar los suficientes elementos de gloria para salir indemnes de las amenazas. Finalmente el deporte tendrá la palabra. ¿No salvaron Coe y Ovett los Juegos de Moscú? ¿No fue Michael Johnson el hombre que tapó muchas de las miserias de los Juegos de Atlanta?
Atenas buscará sus héroes, como siempre ha ocurrido en las citas olímpicas. Por fortuna, hay algunos nombres dispuestos a seguir el camino de Paavo Nurmi, Jesse Owens, Fanny Blanker-Koen, Emil Zatopek, Abebe Bikila, Bob Beamon, Tommie Smith, Mark Spitz, Nadia Comaneci y el resto de los elegidos. Aquí viene el abisinio Kenenisa Bekele o el marroquí El Guerruj, o el australiano Thorpe. Y, sin duda, aquí llega el grandioso Michael Phelps para acometer un desafío impensable en nuestros tiempos. Viene por siete, ocho, medallas de oro. Viene a competir con un gigantesco fantasma, el de Mark Spitz. Viene para convertirse en el mejor nadador de todos los tiempos. Y viene a Atenas. Sólo por eso, estos Juegos merecerán la pena.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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