Vie 26.11.2004

DEPORTES

La Argentina vibraba medio siglo atrás con la gloria de Pascualito

El 26 de noviembre de 1954, Pascual Pérez conquistaba en Tokio la corona mundial de los moscas, la primera del boxeo nacional.

Por Daniel Guiñazú

Si Luis Angel Firpo fue el fundador, él fue el primero que hizo volar los puños criollos más allá de sus fronteras. Si al cabo de cien años de historia, Carlos Monzón fue el más grande, él es el único que puede discutir esa grandeza. Arriba del ring, fue tan bueno que ganó más títulos (18) que ningún otro. Abajo, fue tan bueno que los golpes de la vida más de una vez le hicieron bajar la guardia. A la hora de convocar a la memoria los recuerdos más queridos del deporte, el nombre de Pascual Pérez aparece solo, sin esfuerzos. Sus 48 kilos de gigante le bastaron para abrir un camino que muchos pretendieron y muy pocos alcanzaron a seguir. Fue el primer campeón mundial del boxeo argentino, el único que también fue campeón olímpico en los Juegos de Londres en 1948. Ese orgullo cumple hoy 50 años.
Como Maradona, Fangio, Vilas, Monzón, Reutemann y no muchos más, Pascualito pudo decir que un día tuvo a la Argentina en sus manos. El viernes 26 de noviembre de 1954, el país sintonizó desde muy temprano Radio Belgrano para escuchar el relato que Manuel Sojit “Corner” hizo desde Tokio de la pelea con el japonés Yoshio Shirai por el título mundial de los moscas. Era la primera transmisión deportiva que se realizaba desde Japón. Y los aficionados al boxeo madrugaron confiados de que valía la pena dormir unas horas menos.
Además, los antecedentes eran inmejorables. Poco antes, el sábado 24 de julio, Pascualito y Shirai se habían enfrentado en el Luna Park ante una multitud que había dejado casi 900 mil pesos en las boleterías. Y aunque debió bailotear en los dos últimos rounds porque se había fracturado dos dedos de su mano derecha, Pascualito acumuló ventajas. Pero los jurados dieron un empate salomónico y, entonces, quedaron sentadas las bases para la revancha.
La pelea, por la corona de los moscas, estaba prevista, en principio, para el 15 de octubre en el estadio Korakuen. Pero días antes, en uno de los entrenamientos, el argentino, quien trabajaba sin el cabezal de protección, recibió un fuerte golpe en el tímpano derecho. El técnico Lázaro Koci adujo una fractura. Y consiguió la postergación para el 26 de noviembre. Pascualito subió al ring con un peso de 48,870 kg, poco menos que dos kilos por debajo del límite de la categoría (50,802 kg). Pero debió pagar la demora con su propio bolsillo: los promotores japoneses redujeron su bolsa, de 2000 dólares, a exactamente la mitad. Increíble: Pascualito cobró 1000 dólares para ser campeón del mundo.
El relato de Corner paralizó a la Argentina. Su voz enronquecida fue llevándole, round a round al país, la convicción de que un campeón mundial de boxeo estaba en cierne. Y cuando en el 2º asalto Pascualito derrumbó a a Shirai con una izquierda, donde quiera que hubiera una radio encendida se inició un festejo a cuenta de mayores alegrías. La velocidad y la pegada del argentino resultaron irremediables para Shirai, quien volvió a caer en el 8º y en el 13º. Al final de los 15 rounds, las tres tarjetas lo dieron perdedor al japonés, dos por 146-143 y la restante por 146-134. Cuando Corner, ahogado por la emoción, anunció que el boxeo argentino consagraba su primer campeón mundial, miles de bocinas atronaron las calles de Buenos Aires y la gente salió a las calles.
“Misión cumplida, mi general, cumplí como un soldado cumple con su patria”, le dijo a Perón cuando la radio unió el Korakuen de Tokio con la Casa Rosada. Después, la apoteosis de la bienvenida en Plaza de Mayo, la medalla de la Lealtad Peronista pendiendo de su pecho henchido y el comienzo de un ciclo inolvidable. Hizo, entre 1954 y 1960, nueve defensas exitosas de su título, seis de ellas como visitante. Y sólo perdió dos veces ante el tailandés Pone Kingpetch, en Bangkok y en Los Angeles, cuando el amor contrariado y los dineros mal administrados lo habían dañado más que dos décadas continuadas en la primera línea del boxeo. No importa que en los últimos cuatro años de su campaña haya rifado prestigio peleando por monedas en oscuros rings del interior y el exterior. Ese ya no era Pascualito, sino Pascual Pérez, un boxeador que había usurpado el cuerpo del ex campeón mundial. Pascualito es el que hoy se recuerda a 50 años de su gloria más grande. El de las piernas y las manos imparables, el de la pegada explosiva, el del talento innato, el que fue capaz de construir victorias en rodeo ajeno, el mejor peso mosca de todos los tiempos, el que hizo una marca que nadie, nunca, podrá borrar de la historia.

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