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No es una mesa en Necochea
Por Diego Bonadeo
Aquella de 1960 fue la carrera de Fórmula 1 que ganó en el Autódromo de Buenos Aires el neocelandés Bruce McLaren. Pero casi toda la atención –ya con Fangio retirado– estaba puesta en la novedad que para los argentinos era la presentación del Lotus. Su piloto era Innes Ireland. Desde entonces pasaron 12 años y se gastaron –decir invirtieron sería casi una falacia– millones de dólares para “recuperar” la fecha recién en 1972. En esa década y pico pasaron por la Argentina –no solamente por Buenos Aires– competencias de Fórmula 4, de Fórmula 2, Sport Prototipos y demás. Gastos oficiales ingentes en publicidad estatal –no solamente la consabida de YPF, todavía nuestra por entonces–, traslados de automóviles, pilotos, mecánicos, merodeadores y caterings pantagruélicos servidos por mozos con guantes blancos en medio de aceites, grasas y cubiertas en el patio de boxes. Muchísimo dinero de todos los argentinos para tener otra vez Fórmula 1. Pasaron 33 años desde 1972, y parece que no contentos con sus devaneos de celuloide y de trebejos, como si San Luis fuese realmente lo que Dady Brieva, Andrea del Boca, las princesas consortes Leonor Benedetto y Ester Goris, y algún ajedrecista distraído nos cuentan, los hermanos Rodríguez Saá pretenden en un país casi quebrado como el nuestro hacer negocios beneficiosos para su provincia, nada menos que con Bernie Ecclestone.
En más de 30 años, Ecclestone ganó todas las pulseadas. En especial le torció el brazo a quien fue el capo máximo de la FIA (Federación Internacional de Automovilismo), Jean Marie Balestre, que es algo así como noquear a Joao Havelange o Joseph Blatter. Quizá crean los feudales puntanos que ganarle al mandamás de la F-1 es como truchar una mesa en Necochea tal como el Alberto pretendió en las elecciones presidenciales del 2003.