DEPORTES › OPINION
› Por Gustavo Veiga
Eran casi las 5 de la tarde del domingo. En el estadio Ciudad de La Plata empataban Gimnasia e Instituto. De repente, los estampidos de los balazos de goma con que la Policía Bonaerense reprimía a la barra local en una de las cabeceras quebraron la monotonía de un partido que, hasta ahí, no tenía goles. Esa imagen, repetida, como un comercial de la televisión que ya nos cansamos de ver, por unos minutos colocó la atención del público fuera del campo de juego. Faltaba que viéramos otra, tan folclórica como aquélla, aunque en otro lugar de la cancha, donde también suelen dirimirse los pleitos entre hinchas con cierta violencia.
En un acto tan colectivo como reflejo, las cabezas de los periodistas giraron hacia la izquierda, donde se encuentra el palco oficial. Allí, una combinación de insultos inaudibles, gritos y aprontes intimidatorios nos colocaron ante la segunda imagen. Un hombre de campera beige, delgado, de unos 50 y pico de años, no podía ser contenido por un grupo de personas. Arrojaba puñetazos al aire con insistencia. Uno, dos, tres... Igual que un joven de pelo lacio, 20 y pico, que después constatamos quién era: uno de los hijos de Juan José Muñoz, el presidente de Gimnasia. Ambos trataban de silenciar a un hincha que insultaba al máximo dirigente del club.
Sin fueros parlamentarios, pero sí con intemperancia, el señor de la campera beige se calmó poco a poco. Alguien preguntó: ¿quién es? Y la respuesta demoró un segundo: Carlos Martínez, un ex diputado nacional. En efecto, se trataba también del ex vicepresidente del Consejo de la Magistratura Bonaerense, quien, para más datos, revista como jurado suplente del Tribunal de Honor en su club, Gimnasia.
Martínez es aquel ex diputado provincial que, allá por 1997, entregó a la banda de los horneros que asesinó a José Luis Cabezas. El mismo que, el 17 de abril de 1997, según un cable de la agencia DyN, describió a José Luis Auge, uno de los integrantes del grupo que terminó con la vida del reportero gráfico en la cava de Pinamar como “un buen muchacho, trabajador, albañil, levantador de pedidos de galletitas...”.
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