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¿Para qué sirve un amanecer?
El final de la historia del Mundial 2002 no será el Fin de la Historia, como suponían los apocalípticos del fútbol cuando se apresuraban a afirmar que éste era “el torneo de las sorpresas”. Una vez más, las cosas serán como era predecible que serían: Brasil y Alemania jugarán el domingo por el título. Un amante de las estadísticas, un ignorante en fútbol, un sabelotodo y un sabenada, un chico de 6 años y un veterano en los mundiales hubiesen coincidido en señalar estos equipos como grandes candidatos al título si se les hubiese preguntado antes del primer partido del torneo. Brasil y Alemania son la quintaesencia de la competencia en los mundiales de fútbol y, aún así, dos fuerzas estéticamente opuestas. Brasil es la inspiración, Alemania el trabajo. Brasil el talento, Alemania la disciplina. Brasil la improvisación, Alemania el método. Curiosamente, jamás hasta ahora se midieron entre sí en un partido de un Mundial, en ninguna ronda, por ningún concepto.
Los finalistas del 2002 son los equipos que más veces llegaron al partido que en un Mundial todos quieren disputar y ganar: resultaron finalistas seis veces cada uno. Brasil ganó las finales de 1958, 1962, 1970 y 1994 (venciendo a Suecia, Checoslovaquia, y por dos veces a Italia, respectivamente) y cayó en las de 1950 (frente a Uruguay) y 1998 (ante Francia). Alemania obtuvo el título de campeón en 1954, 1974 y 1990 (derrotando a Hungría, Holanda y Argentina, respectivamente) y concluyó vencido en las finales de 1966, 1982 y 1986 (ante Inglaterra, Italia y Argentina). De 1950 hasta ahora, en todas las finales, salvo la 1978, o estuvo Brasil o estuvo Italia. Si Alemania le ganase el domingo a Brasil, lo alcanzaría en la tabla de posiciones de triunfos en los mundiales: serían ambos tetracampeones. Si en cambio venciera Brasil, le sacaría dos certámenes de ventaja a los alemanes e italianos, y tres a Argentina y Uruguay. Se sabe: Inglaterra y Francia completan el reducido lote de equipos que alguna vez fueron campeones mundiales. Como se verá, en este club de siete equipos muy difícilmente ingresan nuevos socios, aunque cada cuatro años parezca que algo distinto va a pasar, acaso más por ganas que por realidades futbolísticas.
Porque las cosas son así, una especie de momento de sosiego parece haber arribado a las playas futboleras: da cierta tranquilidad saber que las cosas son de algún modo inamovibles, sobre todo cuando se está en el lote de los poderosos. Porque las cosas son así, también, millones y millones de excluidos del parnaso del fútbol se conjuran otra vez pensando que el mañana no está escrito, y que Corea del Sur y Turquía estuvieron sólo un gol abajo de los que quedarán en la Historia disputando el título. Los dos razonamientos son válidos, en el fútbol. Por un lado, la Historia importa y tiene razones que el sentimiento puede pasar por alto, en momentos de exaltación. Por otro, nadie dijo que sea imposible escribir nuevos capítulos, el sueño que desvela a los que se cansaron de ver las cosas desde el llano.
Pero también es cierto que si la Historia son sólo los triunfos, se quedan afuera millones de historias. Si Alemania ganase el domingo, sumaría su cuarto torneo de la Historia, pero para los que vieron este Mundial está claro que hasta acá sólo jugó bien unos pocos minutos. Si Turquía perdiera el sábado ante Corea, para la Historia quedaría cuarto en el Mundial, pero para los que vieron sus partidos quedaría claro que fue el equipo que mejor jugó, tal vez junto a Brasil. Sí, resultadistas, en el fútbol se puede jugar bien y perder, en el corto plazo. Los espíritus prácticos hasta el absurdo suelen preguntarse para qué sirve jugar bien, si todo será resultado algún día. Jorge Valdano, en el libro Sueños de fútbol, de Carmelo Martín, trató así el asunto: “También al fútbol lo atacó el bacilo de la eficacia y hay quien se atreve a preguntar para qué sirve jugar bien. Resulta tentador contar que un día osaron preguntarle a Borges para qué servía la poesía y contestó con más preguntas: ‘¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olordel café?’”. Cada pregunta sonaba como una sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir.