Dom 11.06.2006

DEPORTES

DIARIO DE VIAJE

POR A.G.

El lobby del hotel Holiday Inn en Hamburgo, de pronto, se alborota. Gritos, risas y ruidos de corridas interrumpen la tranquilidad. “Señores, por favor, aquí no se puede jugar fútbol”, dice Melanie, una de las recepcionistas. Sin ningún tipo de quejas, el grupo accede y se dirige hacia el estacionamiento, donde sigue volando una pelota gigante de felpa. Y entre los improvisados futbolistas figuran Kevin Keegan, el Pibe Valderrama, Roberto Baggio, Ruud Gullit, todos dirigidos por Pierluigi Collina. Hasta Diego Maradona y Hernán Crespo aparecen en el picado. Bah, en realidad, se trata de unos clones de mala calidad, con el tamaño de sus abdómenes inversamente proporcional a la técnica que muestran. De pronto, la pseudo Teamgeist vuela hacia este cronista, que, aprovechando que la pelota no dobla pero flota bastante, ensaya un taco (exitoso) que sirve para entrar en confianza con los personajes. “¿Argentino? Yo soy Diego”, dice Jimmy, caracterizado con una peluca enrulada y una camiseta argentina original del homenaje a Maradona. Aunque es de Manchester, los 20 litros de cerveza que asegura haberse tomado desde las 9 de la noche del viernes hasta el mediodía del sábado no le dan margen para pensar mucho lo que está diciendo. Entonces aparece George, uno de los más veteranos del grupo, que lleva una peluca rubia y la camiseta 9 de la Selección. “Yo soy Crespo”, asegura este escocés fana del Celtic, y de inmediato exhibe orgulloso unas fotos de su visita a la Bombonera. “Mi hija vive en Recoleta, en octubre voy a ir otra vez a Buenos Aires”, cuenta. Y así se suma a la charla Ben, disfrazado de árbitro con una gorra de látex en la cabeza y unos ojos de cotillón, que garantiza ser Pierluigi Collina. Y Matt, con la melena de Valderrama, y Phil, con un trencita postiza y la camiseta azzurra de Roberto Biaggio. Son trece en total. Viajaron desde Manchester sólo para vivir la inauguración del torneo en Alemania. No tienen entradas para ver ningún partido y simplemente se conforman con vivir la “fiesta del pueblo”, la celebración que se da en alguna plaza de todas las sedes cuando se disputa un juego. “Tenemos pantalla gigante y cerveza. ¿Para qué más?”, gritan a coro. Llegan sus taxis y es el momento de la despedida. “¿Para dónde trabajás?”, pregunta Collina y manotea la credencial colgada al cuello. “Eh, ese no sos vos, es Saddam Hussein”, pega el alarido. En realidad, no era Hussein. La credencial que había tomado por error era la de Panno, que estaba escribiendo en la habitación...

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