Del primer Mundial de Alemania a éste pasaron 32 años. Y corrió mucha agua bajo los puentes del fútbol nacional. Un día antes del debut frente a los polacos, los jugadores de la Selección se paseaban libremente por el hall del hotel donde se alojaban en Stuttgart. Circulaban los chismes sobre el malestar de los gerentes del hotel por las insólitas apretadas a las camareras por parte de algunos jugadores, pero nada de eso se publicaba, porque había códigos muy rígidos. El equipo no estaba confirmado, no porque se escondiera sino porque no terminaban de ponerse de acuerdo los tres entrenadores, Vladislao Cap, José Varacka y Víctor Rodríguez, los Paso, Sarratea y Chiclana de nuestra historia futbolera.

En su carácter de director técnico inquieto, César Menotti tenía aspiraciones de convertirse a futuro en entrenador de la Selección luego de su experiencia en Huracán y tomaba nota de todo lo que había que hacer, muy especialmente de todo lo que no tendría que repetir. Víctor Rodríguez le decía a quien quisiera escucharlo que quería la revancha “ya mismo” con los holandeses luego de un amistoso en Amsterdam que el equipo nacional había perdido 4-1. Finalmente, en la segunda fase la victoria para los naranjas sería 4-0. Carlos Babington, que había llegado casi sobre la hora, recordaba recientemente que “todo aquello era de una desorganización increíble”. A los jefes de la delegación les importaba más que nada promocionar el Mundial que cuatro años después se haría en la Argentina y repartían a media Alemania pequeñas y simpáticas pelotitas blancas con la inscripción Argentina ’78.

Con jugadores que actuaban en puestos muy diferentes a los de su equipo de origen, Argentina encaró su primer encuentro con Polonia. Fue derrota 3-2. Estaba casi cantado. Esta vez, al menos, ganamos 2-1.