› Por A. G.
Cuando hay que esperar hasta la noche para ir a un partido, no existe posibilidad más atractiva para los hinchas que hacer tiempo en la Fan Fest. Mientras se espera para salir hacia el estadio, la chance de ver tranquilo el encuentro y gozar con la alegría y el sufrimiento de los que realmente están interesados en el juego que llega por la pantalla gigante genera un clima muy lindo. Así lo entendieron miles de italianos que, antes de ir a ver a Totti y compañía al estadio de Hannover, prefirieron seguir a los gritos y con birras el partido entre Japón y Australia. La misma elección de muchos ghaneses, que regalaron simpatía y sonrisas con sus camisetas de Essien y sus ropas típicas. También aprovecharon la ocasión dos cordobeses que consiguieron su entrada para ver a Italia en los sorteos de Internet, aunque su lamento pasaba por no tener tickets para Argentina-Serbia. “Nos podría haber tocado ese partido, ¿no?”, se pregunta uno resignado y cuenta las peripecias que pasaron para conseguir un hotel por esa noche en una ciudad copada por tanos. “Llegamos esta mañana a la estación y estuvimos dos horas en la oficina de información. Había diez tipos y no se iban más.” Entonces dijeron que en la fila se hicieron amigos de unos mexicanos que se cansaron de esperar y se fueron a un albergue de la juventud y que estuvieron charlando con un periodista de la televisión de Kenia que conocía el Monumental y la Bombonera. Pero recién se tentaron cuando vieron a un japonés que agitaba una banderita y le sacaba fotos a la pantalla gigante: “¡Noooooo, es el pesado que estaba adelante nuestro!”, dijo el más rubio. “No sé, ¿estás seguro?”, respondió el otro. “La verdad, no”, se cerró el diálogo, pero se pusieron a hablar del japonesito como si fuera el que habían visto. Al parecer, el pobre japonés nunca terminaba de completar su reserva. “Siempre tenía una pregunta más. La empleada le explicó como 20 veces lo mismo y el tipo volvía a preguntarle.” El verdadero motivo de la bronca, seguro, tenía que ver con el hotel: mientras los cordobeses pagaron 129 euros, el japonés consiguió una pieza simple a 35, aunque sin baño en la habitación y bastante alejado del centro. “Encima ganan. Mirá la alegría que tiene”, seguía caliente el rubio cuando parecía que el gol de Nakamura sería suficiente para el triunfo. Pero llegaron los dos tantos de Cahill y el otro de Aloisi y el japonesito guardó su banderita y su cámara y desapareció entre la multitud. Cuando se iban, uno de los cordobeses lo divisó, sentado con las manos en la cabeza, y gritó: “Mirá, mirá, ahí está, sacale una foto...”.
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