Vaya a saber por qué, los mexicanos en el Mundial del ’86 hinchaban para Alemania. Hasta la final con Argentina, y una vez que los eliminó la propia selección de Franz Beckenbauer, sin canas y sin el poder político de hoy, no habían dado señales de su simpatía. Ese dato hacía más curiosa la inclinación de los cuates. En el estadio Azteca, no salíamos de nuestro asombro. La abrumadora mayoría estaba con el equipo del Kaiser, sin saber que Daniel Passarella, nuestro propio Kaiser, había vivido internado en el Distrito Federal producto de una indisposición estomacal que lo marginó de aquel equipo conducido por Carlos Bilardo.
México vivía durante aquel campeonato –el segundo de su historia, después del que Brasil había ganado en el ‘70– una delicada situación social, producto del terremoto que había destruido su capital el año anterior. Los pobres se movilizaban por las calles del distrito al grito de “¡No queremos goles, queremos frijoles!”. El fútbol, como bálsamo cicatrizante, llegaba para cubrir las heridas provocadas por el sismo, pero no alcanzaba a disimularlas ni un poquito.
Para los argentinos confundidos, la declamada hermandad latinoamericana había quedado en el olvido. No hubo forma de disuadir a los porristas locales (hinchas), ni con lisonjas, ni mediante una discusión acalorada. El “México, México, ra, ra, ra” se había transformado en un “Alemania, Alemania...”. Qué razón tenían para hacerlo, sólo ellos lo sabían. Los exiliados residentes allá tampoco encontraban una explicación lógica. Nada valían los lazos culturales comunes, la misma lengua, la misma patria latinoamericana compartida de la que hablaba Simón Bolívar. Una explicación más prosaica consistía en que se trataba de llevarnos la contra. No había otra. Porque si de gustos futbolísticos hablábamos, con Maradona entre los once no había que pensarlo demasiado.
En el ‘86, a las porras mexicanas no las sedujo ni siquiera el gol de Diego a los ingleses. No hubo estímulo futbolístico que las hiciera cambiar de opinión. Se inclinaron por los tanques alemanes: Rummenigge, Völler y Briegel. Una curiosidad en la historia de los mundiales –apenas eso– que ocurrió cuando la Argentina jugó de visitante en el Azteca, hace exactamente 20 años. Ahora habrá que ver por cuál selección hinchan los mexicanos de nuevo, en los cuartos de final. Aunque como los eliminó el equipo de José, puede intuirse lo que ocurrirá.
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