› Por Por J. J. P.
Las leyes físicas se parecen a las leyes de mercado cuando el Mundial empieza a acabar y hacen cierto aquello de que todo lo que sube baja. En Nuremberg, por ejemplo, donde ya no se juegan más partidos, se pueden conseguir algunas camisetas de fútbol por la mitad de lo que costaban hace diez días. No cualquier camiseta de fútbol, claro; sólo las de los equipos que van quedando eliminados del campeonato. Las de Alemania, Argentina, Inglaterra, Portugal, Brasil, Francia, Ucrania e Italia mantienen su precio de 65 euros; las de Holanda, México, España y los demás países que se fueron quedando en el camino se consiguen por 35 euros. “Vas a ver que la de Argentina no sólo no la rebajan, sino que mañana la aumentan”, dice Greco en un súbito ataque de optimismo que le causa gracia a un colombiano que escucha por casualidad y desea suerte para el partido de mañana.
Las camisetas no son los únicos artículos fluctuantes, en los de primera necesidad también hay variaciones: los sandwiches del turco de la entrada a la vieja Nuremberg costaban dos euros y medio antes del Mundial, subieron a 3 y medio cuando la ciudad se llenó de ingleses y ahora están a tres euros. Una habitación doble de un hotel cualquiera puede bajar hasta un 25 por ciento su precio en época posmundialista. Más raro todavía es lo que ocurre en uno de los locutorios de la estación central de trenes. Una llamada telefónica a Buenos Aires hecha a la misma hora, dos días de semana seguidos, de una idéntica duración de tres minutos, puede costar entre 8 euros y 80 centavos. No tiene que ver con el horario ni nada de eso: no se sabe muy bien de qué depende. Llamar por teléfono es como jugar a la lotería. Si te sale el número, podés pagar centavos por una llamada a Buenos Aires y si andás de mala te cuesta 5 euros una comunicación cortita a Herzogenaurach, que queda a menos de 30 kilómetros. La primera vez que hablamos desde ese lugar fue una noche en la que dejamos dos mensajes en contestadores automáticos y nos cobraron 0,06 euros. Habíamos entendido 8 euros y nos parecía carísimo, pero el iraní encargado del extraño negocio nos señaló con una sonrisa el precio que estaba registrado en la computadora. Creíamos que iba ser siempre igual, pero no; otros colegas también contaron que vivieron experiencias similares. “Para mí que es todo trucho”, dijo Walter Saavedra, de Radio Mitre. Los dueños del local también venden banderas de los distintos países que juegan el campeonato. Todas valen lo mismo: cinco euros. Pero con un poco de suerte a partir de mañana las de las franjas rojas, amarillas y negras se podrán conseguir a tres. Sería fantástico.
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