Vie 30.06.2006

DEPORTES  › OPINION

EL MUNDIAL BAJO SOSPECHA

› Por Por Facundo MartInez y
Adrian De Benedictis

Peligro amarillo

Que el poder de Julio Grondona en la AFA no tiene espejo en la FIFA resulta obvio. Basta analizar la polémica en torno de la designación del árbitro para el partido de hoy para dar cuenta de ello. Resulta una clara evidencia del espacio cedido por el mandamás del fútbol argentino y, por qué no, expresan la caducidad de un estilo dirigencial, con códigos y lenguaje demasiado domésticos, que ya no tiene eco entre las potencias que gobiernan la FIFA.

Ahora bien, el problema de Michel no es, como muchos sugirieron, el gol de Adriano adelantado que sentenció la suerte de la sorprendente Ghana en octavos de final frente a Brasil. Pasa por otro lado. Se sabe que la FIFA recomendó a los árbitros que sean estrictos con las amonestaciones. Alcanza con contar las 272 amarillas mostradas en los 58 partidos hasta ahora disputados para comprender el grado de acatamiento de esas directivas. La cifra es record en la historia de los mundiales, al igual que las 24 rojas.

En sólo tres encuentros, el obediente Michel sacó nada menos que 25 amarillas y dos rojas, un promedio de nueve tarjetas por partido. En igual cantidad de partidos, Horacio Elizondo, de lo mejorcito que ha mostrado Alemania 2006 en materia de silbatos, mostró 17 amarillas y sólo una roja.

Tanto para Argentina como para Alemania, la presencia de Michel representa un problema de cara al futuro. Cargarse de amarillas en cuartos de final puede significar el principio del fin: unas semifinales maniatadas por el miedo o una final con una formación diezmada. Lo mismo da. Argentina conoce esa sentencia. La padeció en Italia ’90. Es aquí donde el debilitado Grondona, dueño privilegiado de un modelo en extinción, ha mostrado su cara de niño. Ha hecho carne su sentencia de que todo pasa. A ganarle entonces el partido a Alemania y ganarle también, con esfuerzo e inteligencia, a la FIFA y al bueno de Michel el otro partido, el de las tarjetitas.

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No embarren la pelota

Como sucede en cada definición de los últimos mundiales, las sospechas aparecen en escena para quitarle lugar al juego. Se ha hablado mucho en las últimas horas de la designación de los árbitros, sobre todo después de la “ayuda” que les dieron a los italianos en el encuentro ante Australia. Pero es la influencia de los intereses políticos de la FIFA la que suelen volcar la balanza hacia su lado. A esta altura, hay versiones de la preferencia de la máxima entidad para que el título quede en manos de un seleccionado europeo. Y las posibilidades son muchas, debido a que de los ocho participantes que se mantienen, seis son de ese continente y sólo hay dos sudamericanos.

La localía, la millonaria inversión que hicieron, la gran relación entre Joseph Blatter, presidente de aquella entidad, y Franz Beckenbauer, responsable del Comité Organizador, hacen que el partido de hoy ante Alemania tenga otros ingredientes. Además, los alemanes vienen de perder el encuentro decisivo cuatro años atrás y una nueva frustración, sobre todo en su país, sería un golpe aún mayor. Se imagina que si la Argentina pretende acceder a las semifinales, tendrá que alcanzar una victoria con claridad y, si es posible, con más de un gol de diferencia.

En el 2002 hubo mucha polémica por los fallos arbitrales y el detonante más evidente fue la eliminación de España en cuartos de final, ante uno de los locales, Corea del Sur, con la anulación incluida de dos goles. Ahora, en Alemania, un fallo dudoso dejará afuera la transparencia y todo será salpicado por la desconfianza. Pero en definitiva, habrá que ver si a la Federación Internacional le interesa reparar en ese factor.

Al parecer, poco le importó el error del español Medina Cantalejo en aquel penal para Italia, ya que fue elegido para otro compromiso de esta instancia. De todas esas cosas se encarga la FIFA, pero sobre todo de agregarle más suspicacia a un fútbol demasiado bastardeado. De aquí al 9 de julio habrá que esperar si la pelota vuelve a mancharse como en Oriente o si el viento de verano le quita un poco de tanto barro.

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