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Sólo vale todo o nada
Por Diego Bonadeo
Mal podemos pensar qué fútbol queremos, si estamos debatiendo qué país queremos refundar. Siempre y cuando sea de verdad que queremos refundarlo. El mundial terminó coincidiendo con los asesinatos policiales del Puente Pueyrredón y con la galopante descomposición del régimen. Y con algún indicio de que en el fútbol local tampoco las cosas parecen estar menos peor que antes del Mundial. Aunque lo que asomó días atrás a la superficie –por ejemplo, la negativa del plantel de Huracán a reiniciar los entrenamientos del pre Apertura 2002 por falta de pago– no es poco significativo. Porque así están las cosas, no porque el fútbol así lo haya decidido sino (según lo puntualizado detalladamente unos días atrás en Página/12 por Gustavo Veiga respecto del desmoronamiento de la sociedad AFA-Torneos y Competencias) por las cuentas bancarias y por los balances desequilibrados de los dueños de la mosca. Es que, con perdón, una vez más, la flatulencia fue más grande que los glúteos, y los impunes de siempre, cuyas únicas ideas tantas veces pasaron únicamente por cometear gerentes, parece que gastaron a cuenta, creyendo que la desglobalización les tocaría solamente a los demás, porque el mentiroso dialecto de Anillaco insistía en que el primer mundo éramos nosotros y no nuestros colonizadores del siglo XXI.
Así como quienes resisten desde las movilizaciones y desde los debates, con propuestas de renovación profunda para la Argentina, nadie desde el poder parece pretender que después de Corea-Japón, en el fútbol argentino se renueve nada.
Mientras la profecía duhaldista de la Argentina “condenada al éxito” solamente puede vislumbrarse, por cierto, a larguísimo plazo; si el llamado anticipado a elecciones supone “que se vayan todos” y los que vienen pueden, muy de a poquito, reconstruir desde las ruinas, será imprescindible que la inscripción gatopardista del anillo del presidente de la AFA –la que desde su dedo meñique decide con autocracia “todo pasa”– sea reemplazada por algún orfebre de Sarandí, que sin fileteos, pero con trazos claros, escriba de una vez por todas “todo cambia”.
Porque como canta la “Negra” Sosa, “hay que dar vuelta el mundo como la taba / el que no cambia todo, no cambia nada”.