DEPORTES › OPINION
› Por Gustavo Veiga
La actitud de Luis Segura –un hombre que, lejos de disculparse por el ataque que sufrí el domingo en su club, redobla la apuesta y lanza diatribas hacia mí– se explicaría por viejos rencores. Uno de ellos, el que ahora se me antoja más nítido, se relaciona con una serie de artículos que escribí en Página/12 sobre los años en que Carlos Suárez Mason se enseñoreaba en la institución de La Paternal. Incluso, en democracia.
Molesto porque la última nota de ellas salió publicada cuando el gobierno de Néstor Kirchner ya había lanzado su actual política de derechos humanos, Segura pretendió despegar a Argentinos Juniors del genocida. El señor Suárez, a secas, como se hacía llamar como si fuera a pasar inadvertido. El presidente nunca aceptó que su club había sido literalmente gobernado desde las sombras por el militar, quizá porque respondía a sus directivas como vicepresidente entre 1979 y 1981.
Segura y Suárez Mason comparecieron juntos en un juicio (expediente Castagneto-Marini contra la Municipalidad de Buenos Aires), en el cual se logró mantener el predio donde actualmente se ubica el estadio Diego Maradona. Un dato, entre muchos otros. Con los años, el por entonces vicepresidente, hoy en el cargo máximo de la entidad, negó a menudo su vinculación institucional y deportiva con el represor.
Comerciante de profesión, suele rodearse de matones. Uno de ellos está conchabado en el club y habría sido quien me empujó y agredió verbalmente cuando intentaba entrevistar a Armando Pérez, el gerenciador de Belgrano de Córdoba. Segura, ahora que pasaron 48 horas de la agresión que me propinaron en su propia casa, continúa repartiendo agravios y sostiene que no imputé a nadie. Por ahora. Porque, ¿cómo iba a hacerlo, si me golpearon con cobardía desde atrás?
A Segura acaso lo incomode su pasado como dirigente. Pero no puede desentenderse de lo que ocurrió el domingo en su propia cancha y que no tuvo consecuencias más graves gracias a la intervención de Silvio Carrario, el delantero de Olimpo de Bahía Blanca y ocasional espectador del partido. Su sensatez y solidaridad me permitió salir sin más que un par de lesiones de Argentinos Juniors. Del presidente no puedo afirmar lo mismo.
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