DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Pocas actividades deportivas tienen menos semejanzas que la natación y el rugby. Es que salvo en las postas y en la natación sincronizada, que indudablemente es otra historia, las y los nadadores, como tenistas (salvo el dobles), remeros, esgrimistas, golfistas (salvo cuando se juega en parejas) y tantas otras actividades quedan librados a ellos mismos. No tienen a quién pasarle la pelota, ni quién les cubra las espaldas. En el rugby, las quinceavas partes de un todo hacen un equipo, justamente la contrafigura de los deportes individuales. Claro, todo esto dentro de las piletas y de las canchas.
Pero fuera, la reciente renuncia de José Meolans a integrar el equipo argentino de natación retrotrae casi inexorablemente a lo que casi tres décadas atrás sucedió con el seleccionado argentino de rugby que tenía como compromiso inminente el Campeonato Sudamericano que en 1977 se jugó en Tucumán.
El capitán de Los Pumas era por entonces el gran centro tres-cuartos del San Isidro Club Arturo Rodríguez Jurado. En intrigas palaciegas encabezadas por monjes negros de la dirigencia del rugby de entonces, con la anuencia de un par de jugadores de la selección –uno recuerda a Landajo, de Pueyrredón, y Mastai, de CUBA–, decidieron desplazar a Rodríguez Jurado de la capitanía de aquella selección. La enorme mayoría de los jugadores del equipo nacional repudiaron la medida, lo que a varios de ellos les valió una disparatada sanción embozada en una hipocresía más de las habituales de quienes no entendían por entonces –y muchos siguen sin entender por estos días– que los deportes, sin los que juegan, no existirían. La tal hipocresía se sintetizó no en una suspensión a quienes defendían el derecho de elegir su capitán sino en una histórica mariconada: “durante cinco años estos jugadores no serán invitados a jugar en el seleccionado nacional...”.
Por estas horas, Meolans anunció su renuncia al equipo nacional de natación en desacuerdo con quien fue su entrenador Daniel Garimaldi, que ahora lo es del plantel argentino, quien desafectó a cuatro nadadores por no haber participado de una evaluación un par de semanas atrás, y Meolans lo hizo en solidaridad con quienes fueron excluidos. Y es probable que en las próximas horas se sume a la del librista y mariposista la decisión de alejarse del equipo por parte de la mejor nadadora argentina Georgina Bardach. No se trata solamente de las deserciones de los dos más representativos deportistas argentinos en la especialidad ante la inminencia de los Juegos Odesur. Se trata, entretelones aparte, de que se entienda que la natación con dirigentes, entrenadores, médicos, preparadores físicos, familiares, periodistas, pero sin nadadores, lleva inexorablemente a piletas de competición vacías.
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