DEPORTES › MATIAS FERNANDEZ
Nació en Buenos Aires pero se fue de chico a Chile. Ahora la rompe en el Colo Colo y se va a jugar al Villarreal.
› Por R. Chisleanschi *
“¡Lo que se perdieron los argentinos!”, repiten con ironía los hinchas chilenos desde hace un par de años, cuando descubrieron que en las inferiores del Colo Colo, el club más popular del país, crecía una perla, un chico de 1,75 metro de altura y habilidad descomunal nacido apenas dos meses antes de que Maradona se consagrara en el Mundial de México. Su sorna tiene razón de ser. La partida de nacimiento de Matías Ariel Fernández, el jugador que el Villarreal contrató hace un mes e incorporará el mes próximo, indica que vino al mundo el 15 de mayo de 1986 en Merlo, provincia de Buenos Aires, es decir, a escasos 30 kilómetros de la mítica Villa Fiorito donde creció Maradona. Los argentinos no eran entonces conscientes de que en los suburbios empezaba a corretear otro posible genio a quien, para colmo de males, acabarían apodando Pelusa... en Chile. Tampoco lo podían suponer mamá Mirtha, argentina, ni papá Humberto, chileno, cuando cinco años más tarde cruzaron la cordillera porque no corrían buenos tiempos para ellos. Se instalaron con sus tres hijos en la barriada pobre de Sisel, en La Calera, y allí empezó a escribirse la historia.
Mediapunta rápido, vertical, gambeteador nato, excelente lanzador de faltas, con facilidad goleadora, no es de extrañar que Manuel Pellegrini les dijese a los directivos del Submarino Amarillo que pagaran 8,7 millones de euros por él. “No creo que tenga problemas para desequilibrar igual que en Chile”, opina Diego Forlán. “Aquí se pega más”, dice en cambio el Vasco Arruabarrena. “Empezaremos a acostumbrarlo en los entrenamientos.”
La presencia del nutrido grupo de sudamericanos que hay en el Villarreal ayudará a su adaptación. Siguiendo la huella de Riquelme, Matías Fernández hace un culto de la timidez. Prácticamente no habla con la prensa ni se conocen sus gustos, más allá del amor por su madre, sus buenas calificaciones y el recuerdo de su sufrimiento cuando, con 12 años, dejó La Calera para ir a Santiago e integrarse a las inferiores del Colo Colo, al que el miércoles llevó a la final de la Copa Sudamericana con dos goles ante el Toluca.
El Pelusa chileno sólo habla dentro de la cancha, donde tira sin parar rabonas, recurso que utiliza para solucionar su condición de diestro cerrado. Casualidades de la vida, o no, su explosión como jugador la alcanzó con Claudio Borghi como entrenador. Borghi, ex jugador del Milan, entre otros, también tenía la rabona como jugada característica, y formó parte del equipo campeón mundial de México ’86. En ese momento, él tampoco sabía que a pocos kilómetros de su casa acababa de nacer un genio en potencia. Y mucho menos que sus compatriotas se lo perderían: Fernández ya jugó tres partidos para la Selección de Chile, entre ellos el último encuentro por las eliminatorias del Mundial.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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