DEPORTES › EL SUECO BJORN BORG, A LOS 50 AÑOS
Uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, clásico rival de Guillermo Vilas, fue el primero en llevar un coach.
› Por Guillermo Lopez *
Aquella melena rubia, icono de toda una década, ha dejado paso a las canas. Pero en las distancias cortas, detrás de unos ojos azulísimos, se adivina el trasfondo de quien se sabe un mito. Bjorn Borg (Estocolmo, 1956) se muestra sereno, animado y sorprendentemente accesible tratándose de alguien que elevó el deporte de la raqueta a la categoría de fenómeno de masas. Eran los años ’70, los de los estertores de la guerra de Vietnam, el escándalo Watergate y el inicio del punk. Tiempo de cambios. Un joven flaco, de piernas arqueadas y temperamento de hielo irrumpía en el circuito profesional y lo transformaba para siempre. “Simplemente, me tocó estar en una etapa en la que el tenis se estaba convirtiendo en algo nuevo”, dice con modestia.
Pero Borg fue un pionero, un revolucionario. Su juego, tan novedoso como alejado de los cánones clásicos, marcó tendencias. Sus golpes desde el fondo de la cancha, su revés a dos manos y su colocación en la cancha sentaron las bases del tenis moderno. “Es cierto que fui el primero en utilizar esos golpes. Pero en aquel momento lo único que me preocupaba era ganar torneos, ganar los del Grand Slam. No me planteaba otra cosa”, asegura; “gente como (John) McEnroe, (Jimmy) Connors o yo revolucionamos este deporte. Lo llevamos a otro nivel. Pero nunca fuimos conscientes de ello”.
Borg cita a McEnroe, con quien protagonizó algunos de los duelos más legendarios de la historia del deporte, como la épica final de Wimbledon de 1980, conocida como el partido del siglo. Hoy, con once títulos de Grand Slam a sus espaldas (seis de Roland Garros y cinco, consecutivos, de Wimbledon), Borg echa la vista atrás y recuerda sus enfrentamientos con el estadounidense: “Jugar contra John siempre era muy especial. Era diferente del resto de los adversarios. Desde que salías a la cancha podías percibir una atmósfera distinta. En la cancha y entre el público. A mí me encantaba esa sensación. Y me motivaba”.
Motivación y fuerza mental. Fueron las mejores armas de Borg durante su carrera. Su carácter, inmutable bajo la presión, y su enorme frialdad para jugarse los puntos decisivos no eran innatos. Los adquirió, afirma, tras mucho trabajo: “Cuando tenía 12 o 13 años perdía los nervios muy fácilmente y me comportaba muy mal en la cancha. Una vez me suspendieron y estuve seis meses sin jugar. Entonces decidí que tenía que aprender a controlar mis emociones. Después de mucho esfuerzo y gracias a Lennart, que volcó toda su experiencia en mí, lo conseguí”.
“Lennart” es Lennart Bergelin, su entrenador, que lo acompañó desde los 17 años hasta su retiro y del que habla con un respeto reverencial: “Fue como un segundo padre para mí. Me ayudó no sólo a mejorar mis golpes, sino también a madurar dentro y fuera de las canchas”. También en esto Borg fue un precursor. “Fui el primer jugador en presentarme en los torneos con un entrenador. Recuerdo que los organizadores y los demás jugadores nos miraban raro, como si estuviéramos locos.”
Además de por ser el chico que iba a los partidos con entrenador, Borg era famoso en el circuito por sus supersticiones y extravagancias. El se defiende y dice que era una forma de mantener la concentración. “No me afeitaba durante los torneos. En los partidos me palpaba la cinta del pelo entre punto y punto. Pellizcaba las cuerdas. Golpeaba la raqueta contra las zapatillas... Eran pequeños rituales que me ayudaban a poner la mente en blanco y estar pendiente únicamente del juego.”
Perfeccionista hasta el paroxismo, no dejaba escapar ni un solo detalle que pudiera afectar su tenis, como el encordado de sus raquetas, tarea para la que sólo confiaba en un amigo: “Mats Laftman. El era el único capaz de dejarme la raqueta como yo quería. A mí me gustaba que el encordado estuviera muy tenso, a unos 36 kilos, lo que para la época y las raquetas de madera era una barbaridad. A esa presión, lo normal era que el encordado se rompiera o que el marco de la raqueta cediera”, explica. “Afortunadamente, tenía buena relación con la SAS (la línea aérea escandinava), que nos dejaba mandar hasta 1500 raquetas a Suecia para que Mats las preparase y luego me las enviaba adonde yo estuviera. Era necesario porque en un solo torneo podía romper muchas cuerdas. Un año, en Roland Garros, creo que llegué a hacerlo hasta 60 veces.”
El tenis ha cambiado desde aquellos tiempos dorados. Las raquetas ya no son de madera y la tecnología se ha convertido en un elemento esencial del juego. “Es un deporte distinto, mucho más rápido –apostilla–, se juega a otra velocidad, se golpea la pelota mucho más fuerte.” En este nuevo deporte, ¿quiénes son los favoritos de Borg? “Roger Federer, claro. Y Rafa Nadal”, sentencia. “Me encanta su mentalidad, su actitud. Luego, hay jóvenes que también me gustan, como Gasquet o Djokovic. Pero ninguno tiene la fuerza mental de Nadal”, concluye.
¿Un mito también tenía sus ídolos de juventud? “¡Claro! –responde–. Rod Laver era el mío. Era mi referencia. Cuando empecé a jugar, imaginaba que era el australiano, que jugaba en Wimbledon y en la Copa Davis. No sé si fue el mejor de todos los tiempos porque cada época tiene sus grandes campeones y no se pueden hacer comparaciones, pero reconozco que a Laver le tengo un cariño especial.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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