DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Esta es quizá la pregunta que Alejandro Sabella no contestó ayer después de la húmeda noche de Puerto La Cruz. Si a su juicio Chile es potencia mundial, entonces, ¿qué es Venezuela?
Muchos despistados están descubriendo ahora al equipo que durante décadas fue la Cenicienta de América del Sur, el único seleccionado de la Conmebol que nunca disputó una Copa del Mundo. Algunos, más pícaros, le atribuyen todo el mérito al inteligente y obsesivo César Farías, que tomó el equipo en 2007, y le niegan mérito a su antecesor, Richard Páez, que produjo el verdadero cambio sobre la base que sentó un amigo del comandante Hugo Chávez, José Omar Pastoriza, en su paso por la conducción del equipo, entre 1999 y 2001. Claro, porque Pastoriza nunca reivindicó el “fútbol moderno” y siempre abrevó en las fuentes del fútbol que pone al equipo propio en el papel protagónico.
Venezuela dio clase de protagonismo de la misma manera que la Argentina renunció a ejercer ese rol en el partido del martes. Sucedió porque Sabella no eligió mantener el esquema que le había dado resultados ante Chile, sino poner en práctica el que más le gusta, el 5-3-2, como el que jugó Estudiantes en el Mundial de Clubes de 2009 (un planteo bárbaro para aguantarle casi todo el partido a un equipo de jerarquía máxima como el Barcelona) o en el Apertura 2010 que conquistó.
Lo de Chile, el viernes, fue el espejismo, entonces. El verdadero gusto del entrenador pasa por el esquema que dispuso en terreno venezolano: lo de los cinco defensores es una anécdota en todo caso; el verdadero problema es que ese planteo no contempla la generación de respuestas futbolísticas tradicionales frente a los problemas que plantea el rival.
La Selección Argentina tuvo la pelota durante los primeros 20 minutos del partido contra Venezuela esperando que el rival saliera para poder lastimarlo de contragolpe. El mérito del equipo de Farías fue adelantarse en el terreno sin desprotegerse, y sólo con eso anuló a su tibio contendiente. Porque ese fue el auténtico drama de la Argentina: se suicidó con su planteo de equipo chico. Se olvidó de su peso específico y pecó en el cálculo. La desafortunada declaración del entrenador del día anterior al partido (“me conformo con ganar medio a cero”) terminó operando como un boomerang sobre la credibilidad del actual proceso. ¿No se hubieran mofado hasta la exageración si algo así le sucedía a alguien que por el contrario defendía la prédica del juego, como Sergio Batista?
La humedad y el calor de Puerto La Cruz pueden ser justificativos para el resultado, pero eso no está en cuestión. Perder un partido es una de las posibilidades de este deporte, y estas Eliminatorias son suficientemente largas como para asegurar la clasificación de las potencias. El drama es, precisamente, el opuesto: desperdiciar las oportunidades que están servidas. El 4-1 contra Chile produjo un envión anímico de corto plazo al que no se supo sacarle jugo. Porque el entrenador priorizó su esquema favorito a los nombres propios. La jerarquía de Messi, Higuaín y Di María no se discute; la de otros futbolistas de la Selección debe ser puesta sobre el tapete. No deben ser piezas intercambiables de una máquina de sacar resultados (que no funciona), sino los hitos a partir de los cuales dibujar el mapa del equipo.
La experiencia indica que Sabella no es un entrenador afecto al capricho y que sin duda sacará las conclusiones oportunas a partir de lo sucedido en Venezuela. No debe rendirse a los cantos histéricos teñidos por el desconocimiento que sugieren que es tiempo de futbolistas del medio local para curar este mal. La competencia interna sólo provee lucha desprovista de calidad, está para acompañar antes que para protagonizar. Y la conducción de esta Selección Argentina necesita repetirse con asiduidad que el equipo que conduce está obligado a ser protagonista y que para cumplir con ese papel cuenta con futbolistas de sobra como para asumir el control de los partidos. Para tener la pelota no es aconsejable poner en la cancha dos laterales (confesión del técnico), que para colmo atacan feo y marcan mal. Hay jugadores acá (Riquelme) o allá (Pastore) como para hacerlo mucho mejor. Son compañía para Messi y los de arriba y permitirían, en la medida de períodos más prolongados de posesión, reducir los riesgos que atraviesa una defensa aquejada de fragilidad. Mientras tanto, se va definiendo un perfil de equipo del que ahora se carece.
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