–¿Cómo caracterizaría el lenguaje de Marcelo Bielsa?
–Yo confronto a los dos Bielsas. El hermano que se dedica a la política tiene un lenguaje seudotanguero, populista. Y el hermano que se dedica al fútbol es el verdadero constructor de un lenguaje de gran interés: enigmático, secreto, enojado, angustioso, áspero, basado en estructuras abstractas. Ahora, lo asombroso es que un pensamiento basado en estructuras abstractas haya llegado a convivir con la lengua del fútbol, que busca imágenes tomadas de una lírica más plana. Esa lírica la tiene, precisamente, el otro Bielsa. En cambio, el que tiene una cúspide de abstracción muy interesante es el entrenador, que es un hombre que carga con un gran fracaso, un hombre apenado, me parece. Un personaje muy interesante, lo más elaborado desde el punto de vista del lenguaje que ha ocurrido en el fútbol contemporáneo en la Argentina.
–¿Entonces el fútbol es algo que constantemente revela individuos?
–Diría que sí. Bielsa se parece mucho a como se vive cierto momento de vacilación en las filosofías de la época. Su idioma parte de un idioma roto, de una amargura permanente. Dejó todo sin explicar, por otro lado. Eso habla de un hombre cáustico, áspero. La forma en que Bielsa camina, como observa el partido, no sé, creo que hay algo de manía. Por algo le dicen el Loco. Tiene una caminata meditabunda, como una especie de meditación inútil, en agonía. El espectáculo no puede ser más oscuro, el que da Bielsa, encerrado en su propia imposibilidad existencial.
–¿Es una suerte de instancia superadora de la polémica Menotti-Bilardo?
–Bielsa es un personaje envuelto en pensamientos oscuros, que hace hincapié en un cierto tipo de justicia; creo que su experiencia no surge enteramente del fútbol y, en ese sentido, ha creado un lenguaje que cierra un poco esa polémica. Ahora, no sé con quién polemiza Bielsa. Quizás con su propio hermano, ¿no?