DEPORTES • SUBNOTA › LA INCREíBLE HISTORIA DE LANCE ARMSTRONG
Lance Armstrong es un hombre que considera que la vida es una competencia permanente, en la que cuentan sólo los éxitos. Ahora, el ex ciclista estadounidense, quien según sus propias palabras sólo le teme a las derrotas, se encuentra ante los escombros de una larga y exitosa carrera. De todas las historias recientes dentro del deporte de alto rendimiento, la de Armstrong siempre fue la más increíble. Que un ciclista se enferme de cáncer, incluso con metástasis en el cerebro y en los pulmones, que luego se recupere y a continuación gane siete Tours de France, no sería ni siquiera verosímil para una novela. Y ahora, que el ex ciclista de 40 años anunció que ya no se defenderá de las acusaciones de doping y que podría poner en riesgo sus siete títulos del Tour de France obtenidos entre 1999 y 2005, muchos se preguntan si esta exitosa vida de superhéroe no está basada en una ficción.
Lance Armstrong es un deportista que fascina a millones de personas. El libro sobre su vida se convirtió en un best-seller. Todos querían saber cómo vivía y qué lo motivaba a seguir adelante. Sin embargo, el ciclista nunca mostró su alma. Su autobiografía es una serie de historias de éxitos. Y si en el camino algo fallaba, como su soñado matrimonio con la corredora de larga distancia Kristin Richard, Armstrong simplemente comentaba: “Nos hemos distanciado”.
En Europa, Armstrong nunca llegó a ser un héroe muy popular. “Sé que polarizo, que hay diversas opiniones sobre mí. Algunas personas simplemente no me quieren”, dijo. Pero en un punto, los fanáticos y los críticos acuerdan: el rasgo que domina el carácter del ex deportista es su obsesión por el éxito. “El dolor es temporal, el abandono es para siempre”, señaló Armstrong casi como un credo.
En varias ocasiones, Armstrong dijo que le teme al fracaso, y hay que creerle. Este miedo se vio claramente reflejado cuando en 1996 se le diagnosticó cáncer testicular en una etapa avanzada. “Me pronosticaron una supervivencia inferior al 40 por ciento”, lo citó un diario médico. Sin embargo, Armstrong eligió la quimioterapia que menos daños causara a sus pulmones para poder seguir compitiendo.
El miedo a perder fue más grande que el miedo a la muerte. Muchos aún recuerdan la famosa escena del Tour 2003, cuando Armstrong se accidenta y su rival Jan Ullrich lo espera, en un gesto muy justo. El estadounidense lo pasa y finalmente termina ganando la carrera. Un tiempo después, Armstrong asegura que había hecho lo mismo por el alemán dos años antes. Su fuerte deseo de éxito puede remontarse a su niñez. A los dos años su padre abandonó a la familia y sufrió reiterados golpes por parte de su padrastro. Comenzó a refugiarse en el ciclismo. “Sólo cuando pedaleo lo suficiente el camino me saca de mi miseria”, recuerda Armstrong más tarde un pensamiento de su niñez. Cuando comenzó a tener los primeros éxitos deportivos, sintió reconocimiento por primera vez en su vida. Así debe haber interiorizado que para ser amado hay que luchar.
Armstrong enfrenta ahora una suspensión de por vida y la pérdida de sus títulos. Lo que quedaría ya no sería el ciclista más exitoso del Tour de France de todos los tiempos, sino el mayor escándalo en la historia del ciclismo. Un hombre para quien el éxito significa todo y quien incluso tenía intenciones de ingresar en la política y ser gobernador, apenas podrá superar esta derrota.
Suena casi desesperado cuando Armstrong insiste en que nadie podrá cambiar nada en sus triunfos en el Tour, “y mucho menos Travis Tygart”, el jefe de la Agencia Mundial Antidoping (AMA). Armstrong se ve como una víctima de una “caza de brujas”. ¿Podrá ser que él realmente esté cansado y sólo quiera convertirse en un ciudadano normal? Ya una vez, en 2005, en su primer retiro, Armstrong había declarado que a partir de ahora iba a “beber vino, comer mucho, no tocar una bicicleta e ir a la piscina con sus hijos”. En aquel momento nadie le creyó. Porque si realmente pudiera, no sería Lance Armstrong.
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