Mié 12.06.2013

DEPORTES • SUBNOTA  › OPINIóN

Morir es parte del folklore

› Por Gustavo Veiga

Morir en el fútbol es parte de su folklore. Naturalizamos la muerte obscena, evitable, porque hay otras razones que pesan más que la vida de un ser humano. Por ejemplo, la impunidad para operar de barras bravas y policías, a menudo asociados. Cuando se acepta como una estadística inmodificable el asesinato en una cancha o sus alrededores, alentamos la expectativa de próximas víctimas, de muertos en serie. Eso es lo que pasa, lo que nos pasa.

Las disposiciones que suprimen el público visitante hasta que finalice esta temporada son una aspirina para un tumor. Llegan con el enfermo en estado terminal. Y, lo que es peor, ocultan el diagnóstico, lo banalizan. El crimen del hincha de Lanús Javier Gerez es el último, pero mañana será el penúltimo y pasado un trágico recuerdo.

Ninguno de los poderes del Estado desde 1983 hasta hoy encaró el problema con la seriedad que requiere. Es cierto que se dictaron leyes que no se aplican (23.184 de 1985 sobre Violencia en los Espectáculos Deportivos y sus modificatorias, la 24.192 de 1993 y la 26.358 de 2008), pero se cuentan por decenas los funcionarios, políticos, sindicalistas, empresarios, técnicos, jugadores y periodistas que protegieron o ensalzaron a las patotas. Todos estuvieron en sintonía con los victimarios antes que con sus víctimas.

Sólo cuando los incidentes adquieren cierta dinámica, se generan respuestas. Si se da una seguidilla de hechos violentos como ahora, los dirigentes desesperan. No por convicción para intentar una respuesta acorde y sí para prolongar un negocio que conduce con frecuencia a la morgue. Les interesa salvar su propio pellejo, van en la dirección que toma el rebaño.

La AFA, condenada por varios fallos de la Corte Suprema de Justicia en tanto organizadora del espectáculo, niega en su defensa que tenga algo que ver con los partidos. Los organismos de seguridad deportiva son sellos de goma, que cambian de nombre (Aprevide por Coprosede, Ucpevef por Subsef) pero en esencia nunca tuvieron una política de Estado seria y perdurable. Las diferentes policías matan por deporte y las barras se matan por la caja que los sostiene.

Antes que prohibir el público visitante, habría que cerrarles el grifo de dinero a los delincuentes en camiseta. Antes que dar discursos bienintencionados, debería escarmentarse a los violentos con la ley en la mano y no con la represión que mata. En la Argentina parece imposible. No hay voluntad política para hacerlo.

Diría Dante Panzeri: “Nadie enseña, nadie aprende, todos nos contagiamos, todos nos ambientamos, para enfermarnos o para curarnos”. Con la violencia que respiramos a diario en los estadios –está visto– no hay remedio. Y cuando se aplica uno, su eficacia es momentánea o casi nula. Todo se reduce a una estadística, a la retórica hueca, a la naturalización de la muerte, en suma, a que todo siga porque el show no debe parar.

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