DEPORTES • SUBNOTA › RAFA NADAL ESTA A UN SOLO PARTIDO DE SUMAR SU 14º GRAND SLAM
› Por Sebastián Fest
Sólo el suizo Stanislas Wawrinka separa al español Rafael Nadal de un nuevo título de Grand Slam y de un potente salto en la historia del tenis. Tras derrotar ayer al suizo Roger Federer y avanzar a la final del Abierto de Australia, el español tiene ante sí la oportunidad de igualar la cifra de 14 torneos de Grand Slam en manos del estadounidense Pete Sampras. “Jugar con Roger siempre es una sensación muy especial. Es un gran campeón y para mí es un gran honor estar jugando con él”, dijo Nadal en una fría y ventosa noche en Melbourne que le dio un triunfo de resonancias históricas: si gana mañana, se convertirá en el primer jugador desde los australianos Roy Emerson y Rod Laver capaz de adueñarse al menos dos veces de cada uno de los cuatro Grand Slam.
El español venció a Wawrinka las 12 veces que lo enfrentó y ni siquiera cedió un set. Así, la victoria en la final de Australia parece una probabilidad más que realista para Nadal. El número uno del mundo sumará entonces su décimo cuarto título de Grand Slam para igualar a Sampras y, más importante, quedar a tres del record de 17 de Federer.
Cinco años menor que el suizo, Nadal tendría temporadas suficientes para recortar esa diferencia y superar la marca de Federer, que en agosto cumplirá 33 años. Esa lucha, superior a cualquier partido o torneo, es la que realmente alimenta la rivalidad hoy.
El rendimiento de Nadal es superlativo desde que en febrero de 2013 regresó al tenis tras siete meses de ausencia por una doble lesión de rodilla: ganó once torneos, mañana podría sumar el duodécimo y, más importante, alzar el trofeo de campeón en tres de los cuatro Grand Slam que disputó.
El suizo intentó todo en un primer set que se extendió por 59 minutos y se resolvió en un tie break de 10. Fue el mejor momento del partido, una hora en la que se vio el contraste de estilos, con un Federer tomando con frecuencia la red y jugando largo y paciente. No estuvo lejos el suizo de llevarse ese set por 6-4. Con Nadal sacando 5-4 abajo y 30-30, Federer se jugó una derecha paralela. Era adecuado forzar el punto, pero el tiro se le fue por un metro. El tie break vio adelantarse al español 4-1, y aunque el suizo se acercó a 4-5, la diferencia era demasiado amplia: revés largo de Federer y 7-4 para Nadal.
La táctica del suizo, observado impasiblemente por su co-entrenador Stefan Edberg en la tribuna, se había desdibujado en los últimos minutos. Por imposibilidad o por impotencia, había dejado de tomar la red, enfrascado en intensos peloteos desde el fondo con un rival capaz de devolver mil y un tiros.
Peor aún: Nadal se llevó el primer juego del segundo set con un drop pegado en forma heterodoxa con su revés a dos manos. Le hizo señas de perdón a su rival y se fue a la silla para ser atendido por el médico. “¡Oooooooh!”, gritó el estadio cuando la pantalla gigante ofreció un primer plano de la a esa altura ya famosísima ampolla, un círculo rojo sanguinolento en la mano izquierda, la que usa para sostener la raqueta.
Federer, cansado de esperar, se fue a estirar y hacer movimientos en la cancha para no enfriarse en la desapacible noche del verano australiano. La ampolla le dolerá o no a Nadal, pero ni esa mano magullada le serviría para sacar ventaja al suizo.
Federer jugó dando todo, intentando ser preciso, agresivo, inteligente y no perder la concentración. Sin embargo, todo eso parece insuficiente para el ex número uno, que desde el fondo de la cancha no tiene la consistencia, ni la potencia, ni los ángulos, ni la intensidad del ocho veces campeón de Roland Garros. Y así se fue el partido, así de lejos vio pasar la final Federer. Una final en la que, paradójicamente, un suizo –otro– probará hasta dónde es capaz de llegar Nadal.
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