La tarde-noche de Copacabana parece no terminar nunca. Desde las 18, las playas comienzan a llenarse de brasileños que juegan fútbol playa a lo largo de los cuatro kilómetros de balnearios; lo mismo ocurre en las playas de Ipanema y en las que se continúan hasta Barra de Tijuca. Hay quienes eligen el voley, la bicicleta o el running, pero el fútbol se impone por amplia mayoría. Se entiende claramente por qué los brasileños dominan este deporte. Las actividades deportivas de la tarde carioca comienzan con algunas escuelitas de fútbol; luego aparecen los jóvenes y entonces sí arman los picados que pueden durar más de una hora. Sobre la coqueta Avenida Atlántica, cientos de turistas identificados con los colores de sus respectivas selecciones se agrupan en las puertas de los restaurantes de la rambla. Los puestos de comida callejeros, en los que se puede comer como barato por 20 reales (poco menos de 100 pesos argentinos) también son puntos de concentración para la comunidad de hinchas internacionales. Si bien la pluralidad de idiomas veda buena parte de las conversaciones, el intercambio de tickets se ve claro como el agua. Un hincha mexicano necesita dos entradas para Argentina-Bosnia; otro, colombiano, necesita las que el mexicano dice tener de España-Chile; luego alardea con otras 20 entradas para el debut de Colombia frente a Grecia. El mexicano, de unos 55 años, está acompañado por dos jóvenes de no más de 20, probablemente sus hijos. Habla también de vender tickets por “cash”. Queda entonces en evidencia una de las tantas formas que los fanáticos turistas tienen para costearse el viaje.