DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Gustavo Veiga
No importa cómo terminen en los Juegos Olímpicos. La sensación de saciedad deportiva que se siente cuando los vemos, nos inhibe de pedirles más. Con ellos sería un sinsentido usar la vara del exitismo para medirlos. Nuestros colosos del básquetbol dan todo lo que tienen adentro. Siempre. Nunca se guardan una gota de combustible. Y a esta altura es irrefutable discutir que son la mejor selección argentina en cualquier disciplina desde 2004. Medalla de oro en Atenas. Medalla de bronce en Beijing. Ilusión robustecida de otra medalla en Río de Janeiro. Pero sobre todo talento, inteligencia y mucho coraje. A lo que ahora se agrega la combinación exacta de experiencia que aporta la Generación Dorada con la adrenalina de la nueva camada que tiene a Facundo Campazzo como abanderado.
Ver el clásico con Brasil ganado después de dos tiempos suplementarios (95-95 y 111-107) nos empuja a escribir. El básquetbol no es nuestro primer deporte ni somos especialistas. Pero es imposible no sentir en la piel lo que transmite el equipo dirigido por Sergio Hernández. Es como una pulsión. Compartir con otros lo que se experimenta frente al televisor. Casi como liberar endorfinas. Ahorraremos el análisis –lo dejamos para los entendidos–, aunque no las emociones que nos devolvieron las imágenes desde el Arena Carioca 1.
Parece mentira pero hay estadísticas que provocan vibraciones también. Leer la planilla de las dos figuras que tuvo Argentina eriza la piel. Entre el Chapu Nocioni y Campazzo sumaron 70 puntos (37 y 33 respectivamente). El 63 por ciento del total. Una animalada. En el caso del primero, fue su mejor goleo de la historia con la camiseta de la selección. Igualó a Scola en su record olímpico. Y es el jugador que más anotó en un partido de estos Juegos. A su plus de temperamento y contagio habitual hacia los demás, encestó triples desde cualquier lugar y metió el decisivo para llevar el clásico al primer suplementario.
El cordobés, tan eléctrico como audaz en cada penetración sobre la zona pintada, también resultó clave. Fue intenso, pero no perdió el foco casi nunca. Se puso el equipo al hombro cuando hizo falta. En el segundo suplementario, su efectividad le permitió a la Argentina alejarse en el resultado. Brasil nunca más pasó al frente, aunque preocupó hasta la última jugada. El base encestó casi todo lo que tiró. De tres, de dos y cada vez que le tocó ir a la línea. El músculo perfecto de la Selección que le dio su clasificación a los cruces definitorios fueron ellos dos. En la página oficial de la ACB, la Liga Española donde ambos juegan, titularon: “Nocioni y Campazzo esculpen una obra de arte”. No les falta razón. Cómo habrá sido que no nombramos a Ginóbili, lejos de su verdadero nivel, pero clave en un rebote ofensivo al final.
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