Ahora resulta que la discusión es por la capitanía de la Selección: claro, no se debate respecto de cómo está jugando el equipo argentino, ni tampoco sobre quiénes son los que debieran estar y sobre quiénes no, a ver si todavía se llega a algo conducente y resulta que habrá que buscar algún otro entredicho para transformarlo en noticia.
Pero no es verdad que se esté discutiendo la cinta de capitán. Tampoco es cierto que los plañideros lamentos de Roberto Ayala tengan que ver con el supuesto liderazgo de Juampi Sorín. Todos, o casi absolutamente todos, esconden el trasfondo de la cuestión. Es que ser el capitán del equipo, dentro de la cancha, únicamente habilita a algún primer plano más de la tele –esto sí sería, para lo que está en debate, algo de lo que cuenta–, encabezar la fila india en la entrada a la cancha, el sorteo con el capitán adversario y un eventual intercambio de banderines.
Lo que cuenta en serio pasa por otros lados. Ser el capitán no solamente da chapa en las cada vez más innecesarias conferencias de prensa postpartidos y en la mirada de algún sponsor, sino que, fundamentalmente, garantiza estar en Alemania 2006. ¿Qué entrenador desafectaría de un plantel a poco más de medio año de la Copa del Mundo al capitán del equipo a menos que sea por grave inconducta o por lesión?
Son unos hipócritas.